Por: J.C. Ryle
Leer Mateo 26: 36 -46
La oración es el mejor remedio práctico que podemos utilizar en momentos de dificultad. Vemos que el propio Cristo oró cuando su alma estuvo afligida; todos los verdaderos cristianos deberían hacer lo mismo.
La aflicción es una copa que todos hemos de beber en este mundo de pecado: “como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción” (Job 5:7); no podemos evitarla. De entre todas las criaturas, ninguna es tan vulnerable como el hombre: nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras familias, nuestros trabajos y nuestros amigos son todos ellos puertas por las que puede entrar la aflicción. Ni aun los más grandes santos pueden declararse exentos: al igual que su Maestro, muchas veces son varones “de dolores”.
¿Pero qué es lo primero que debe hacerse en una época de aflicción? Tenemos que orar. Como Job, hemos de postrarnos y adorar (Job 1:20); como Ezequías, hemos de extender nuestros problemas delante del Señor (2 Reyes 19:14). La primera persona a quien debemos acudir en busca de ayuda tiene que ser nuestro Dios. Debemos contarle a nuestro Padre celestial todas nuestras penas; debemos creer y confiar en que nada es demasiado trivial o insignificante para exponer ante Él, siempre que lo hagamos con una total sumisión a su voluntad. Uno de los rasgos distintivos de la fe es no callarse nada al hablar con nuestro mejor Amigo; haciendo esto, podemos estar seguros de que obtendremos una respuesta. “Si es posible”, y si lo que pedimos es para la gloria de Dios, será hecho; o bien se nos quitará el aguijón en la carne, o bien se nos dará gracia para soportarlo, como le ocurrió a S. Pablo (2 Corintios 12:9). Ojalá que todos recordemos esta lección para el día de necesidad. Hay un dicho muy cierto que es que “las oraciones son sanguijuelas de amor”.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
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