Este artículo forma parte del devocional «El lugar apacible«
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra (Sal. 8:4-5).
PARTE DEL PENSAMIENTO TERGIVERSADO de la condición humana caída es la tendencia a cambiarle el precio a la creación de Dios: a devaluar la vida humana y aumentar la importancia de otras cosas creadas. A veces podemos preocuparnos más por nuestros animales domésticos o por las flores de nuestro jardín, que por las personas que Dios ha elegido para poblar nuestra vida. Aunque, naturalmente, los animales y las flores son importantes para Él —tan importante que Él alimenta a “las aves del cielo” y viste a “los lirios del campo” (Mt. 6:26, 28)— su extraordinario cuidado por la humanidad supera al resto de sus afectos.
Incluso en el mismo acto de la creación, vemos que Dios creó muchas cosas con la palabra: los árboles, las plantas, los animales, los peces, la luna, el sol y las estrellas. Pero cuando creó la vida humana, se arremangó, puso sus manos a la obra y “formó al hombre del polvo de la tierra” (Gn. 2:7). Después dio forma a la mujer de una costilla que tomó del hombre (vv. 21-22).
Es por esto que no nos sorprendemos cuando posteriormente vemos el corazón tierno y afectuoso de Jesús por el pobre, el débil, el oprimido y el desvalido; muchos considerarían de mucho menos valor que Él se ensuciara las manos con las personas, comparado a otras “cosas” de sus vidas.
Sabemos al observar a nuestro Dios en las Escrituras, que cada vida es preciada para Él. Digna de ser tratada con gran cuidado, afecto y compasión. Que las prioridades más importantes para Dios rijan nuestro afecto y nuestras acciones.
*Nancy Leigh DeMoss es una autora y predicadora cristiana estadounidense. A la vez es anfitriona de los programas de radio Revive Our Hearts («Aviva Nuestros Corazones«)
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