Por: J.C. Ryle
Es mejor no haber vivido jamás, que vivir sin fe y morir sin misericordia. Morir en tal estado es estar perdido para siempre; es una caída de la que ya nadie se puede levantar; es una pérdida totalmente irrecuperable. En el Infierno no hay posibilidades de cambio: el abismo que separa al Cielo del Infierno no lo puede atravesar ningún hombre.
Esa frase no se habría utilizado si hubiera algo de verdad en la doctrina de la salvación universal. Si fuera cierto que antes o después todo el mundo llegará al Cielo, y que tarde o temprano el Infierno se quedará vacío, no se podría afirmar que habría sido mejor para un hombre “no haber nacido”. El Infierno no sería un lugar terrible si tuviera fin; se podría soportar pasar por él, si después de millones de años hubiera una esperanza de libertad y de acceder al Cielo. Pero la salvación universal no tiene cabida en la Escritura: la enseñanza de la Palabra de Dios sobre esta cuestión es clara y explícita. Hay un gusano que nunca muere, y un fuego que nunca se apaga (Marcos 9:44). “El que no naciere de nuevo”, un día deseará no haber nacido en absoluto. “Es mejor —dice Burkitt— no existir, que no tener una existencia en Cristo”.
Aferrémonos con fuerza a esta verdad, y no la soltemos. Siempre habrá alguien que negará la realidad y la eternidad del Infierno. Vivimos en una época en que una morbosa caridad lleva a muchos a exagerar la misericordia de Dios, a costa de su justicia, y en que falsos maestros se atreven a decir que hay un “amor de Dios que baja aun al nivel del Infierno”. Opongámonos a esa enseñanza con un celo santo, y mantengámonos firmes sobre la doctrina de la Sagrada Escritura; que no nos avergüence caminar por las “sendas antiguas”, y creer que hay un Dios eterno, un Cielo eterno y un Infierno eterno. Si nos apartamos siquiera un momento de esta creencia, estaremos abriendo la puerta al escepticismo, y puede que terminemos negando la mismísima doctrina del Evangelio. Podemos estar seguros de que no hay un puente que una a la creencia en la eternidad del Infierno con lo que no es sino pura infidelidad.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. Foto de Anton Kraev en Unsplash
Puedes seguirnos en WhatsApp, Facebook, Telegram o Youtube. También puede suscribirse a nuestro boletín por correo electrónico.