Por: Martyn Lloyd Jones
Si uno quiere pasar por la vida sin paralizarse y agobiarse y quizá perder la salud y el control de los nervios, estas son las reglas cardinales. No cargar con el ayer o el mañana; vivir para el día de hoy y para las doce horas en las que uno se encuentra. Es muy interesante advertir, al leer biografías, cuántos hombres han fracasado en la vida por no haber hecho esto. La mayor parte de los hombres que han triunfado en la vida se han caracterizado por esta capacidad magnífica de olvidarse del pasado.
Han cometido errores. «Bien —dicen—, los he cometido y ya no tienen remedio. Si pensara en ellos por el resto de mi vida no cambiaría las cosas. No voy a ser un necio, voy a dejar que el pasado entierre sus propios muertos.» El resultado es que cuando toman una decisión no pasan la noche preocupándose acerca de ella después de haberla tomado. Por otra parte, el hombre que no puede evitar volver una y otra vez al pasado se mantiene despierto diciendo, «¿Por qué hice esto?» Y así mina su energía nerviosa, y se despierta después de un sueño quebrantado, cansado e incapaz para nada. Como consecuencia de ello comete más errores, con lo cual completa el círculo vicioso de la preocupación, diciendo, «si cometo estos errores ahora, ¿qué pasará la semana próxima?» El pobre hombre ya está derrotado.
La respuesta de nuestro Señor a todo esto es la siguiente. No seamos necios, no malgastemos la energía, no pasemos el tiempo preocupándonos por lo que ha pasado, o por el futuro; he aquí el día de hoy, vivámoslo al máximo hoy.
Debemos aprender a darnos cuenta de que el Dios que nos ayuda hoy será el mismo Dios mañana, y nos ayudará mañana.
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