Por: David Wilkerson.
En Daniel 3, se nos da un ejemplo poderoso del poder de la alabanza durante un tiempo de aflicción en el relato de los tres jóvenes hebreos, a quienes el Rey Nabucodonosor arrojó en el horno de fuego. Estos hombres no estaban siendo probados por su fe; el hecho es, que su fe los puso allí. El Señor claramente estaba detrás de otra cosa. Piensa en ello: los babilonios paganos no estaban influenciados por sus oraciones o sus prédicas. No estaban impresionados por su sabiduría y conocimiento ni por sus vidas santas. No, el impacto sobre Babilonia vino cuando la gente miro dentro del horno y vieron a tres hombres regocijándose, alabando a Dios en su hora más difícil (ver Daniel 3:24-30).
Jesús apareció en ese horno, y creo que Sus primeras palabras a los jóvenes hebreos fueron: “Hermanos, levántense ahora, pues sus ataduras han sido soltadas. Dejen que este gobierno pagano y su gente atea vean su regocijo y alabanza a Dios en su hora de aflicción”.
Los hombres hicieron justamente eso y la Escritura dice que Nabucodonosor estaba “espantado” ante esa vista. Se levantó apresuradamente, clamando: “¿Qué está pasando aquí? ¡Arrojamos a tres hombres en este horno, pero ahora hay cuatro y todas sus ataduras no están! Miren, están cantando y alabando a ese cuarto Hombre” (ver Daniel 3:24-25).
Ese es el impacto que nuestras alabanzas traen durante nuestras pruebas. Así que ¿cómo has estado reaccionado en tu hora de aflicción? ¿Estás tomando de la copa temblorosa, sintiéndote débil, sin poder para resistir al enemigo? Es hora de sacudir las vendas pesadas y levantar manos santas en alabanza a tu Redentor. Eres libre, no importa tu prueba. Alégrate y regocíjate, sabiendo que el cuarto Hombre está en el horno contigo. Cristo se revelará en tu prueba, y el fuego quemará todas esas cuerdas que te atan.
¡Seguramente no estás siendo probado sino entrenado!