Por: Charles Spurgeon
Impostor, eres justo a la vista —tu conducta es exteriormente recta, amable, liberal, generosa y cristiana—. Pero te permites algún pecado que el ojo del hombre aún no ha detectado. Tal vez sea la embriaguez privada. Denigras al borracho cuando se tambalea por la calle; pero tú mismo puedes permitirte el mismo hábito en privado. Puede ser alguna otra lujuria o vicio. No me corresponde a mí mencionarlo ahora.
Pero, impostor, te decimos: “Eres un necio si piensas en albergar un pecado oculto y eres un necio por esta única razón: tu pecado no es un pecado oculto. Es conocido y un día será revelado —tal vez muy pronto—. Tu pecado no es oculto: el ojo de Dios lo ha visto. Has pecado ante su Rostro. Has cerrado la puerta, corrido las cortinas y mantenido afuera el ojo del sol. Pero el ojo de Dios traspasa las tinieblas: las paredes de ladrillo que te rodean son tan transparentes como el cristal para el ojo del Todopoderoso. Las tinieblas que te envolvían eran tan brillantes como un mediodía de verano para el ojo de Aquel que contempla todas las cosas. ¿No sabes, oh hombre, que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuentas” (He. 4:13)?
Así como el sacerdote introducía su cuchillo en las entrañas de su víctima, descubría el corazón y el hígado, y todo lo demás que había en su interior, así eres tú, oh hombre, visto por Dios, abierto por el Todopoderoso. No tienes cámara secreta donde puedas esconderte. No tienes sótano oscuro donde puedas ocultar tu alma. Cava profundo, ay, profundo como el infierno, pero no encontrarás tierra suficiente sobre el globo para cubrir tu pecado. Si amontonaras las montañas sobre su tumba, esas montañas contarían la historia de lo que fue enterrado en sus entrañas. Si arrojaras tu pecado al mar, mil olas balbuceantes revelarían el secreto. ¡No hay forma de esconderlo de Dios! Tu pecado está fotografiado en lo alto del cielo.
El hecho, cuando fue cometido, fue fotografiado en el cielo y allí permanecerá. Un día, te verás revelado a los ojos de todos los hombres —un hipócrita, un impostor que pecó en un supuesto secreto, observado en todos tus actos por Jehová, Quien todo lo ve—. ¡Oh, qué tontos son los hombres que piensan que pueden hacer algo en secreto! Este mundo es como las colmenas de cristal donde, a veces, trabajan las abejas: las miramos desde arriba y vemos todas las operaciones de las pequeñas criaturas. Así, Dios mira desde arriba y ve que todos nuestros ojos son débiles: no podemos mirar a través de la oscuridad. Pero su ojo, como un orbe de fuego, penetra en las tinieblas, lee el pensamiento del hombre y ve sus actos cuando se cree más oculto. ¡Oh, éste es un pensamiento suficiente para refrenarnos de todo pecado, si se aplicara verdaderamente a nosotros: “Tú eres Dios que ve” (Gn. 16:13)!
¡Detente ladrón! Suelta lo que has tomado para ti. ¡Dios te ve! Ningún ojo de detección de la tierra te ha descubierto, pero los ojos de Dios te miran ahora, a través de las nubes. ¡Maldiciente! Apenas si ha oído tu maldición, alguno de los que te importan; pero Dios la ha oído. Entró en los oídos del Señor Dios de los ejércitos. Y [tú] que llevas una vida inmunda y, sin embargo, eres un respetable comerciante que entre los hombres tiene un prestigio de justo y bueno: todos tus vicios son conocidos, están escritos en el libro de Dios.
Él lleva un diario de todos tus actos. ¿Qué pensarás el Día cuando se reúna una multitud en la cual esta inmensa muchedumbre, no sea más que una gota de agua? ¡Dios leerá en voz alta, la historia de tu vida secreta, y hombres y ángeles la oirán! Estoy seguro de que, a ninguno de nosotros, le gustaría que se leyeran todos nuestros secretos, especialmente, nuestros pensamientos secretos. Si yo escogiera de entre esta congregación al hombre más santo, lo trajera al frente y le dijera: “Ahora, señor, conozco todos sus pensamientos y estoy a punto de contárselos”, estoy seguro de que me ofrecería el mayor soborno que pudiera reunir, si me dignara en ocultar, al menos, algunos de ellos. “Habla”, me diría, “de mis actos; de ellos no me avergüenzo; pero no hables de mis pensamientos e imaginaciones —de ellos debo avergonzarme siempre delante de Dios—”.
Entonces, pecador, ¿cuál será tu vergüenza cuando tus lujurias privadas, tus transgresiones íntimas, tus crímenes secretos sean proclamados desde el trono de Dios [y] publicados por su propia boca con una voz más fuerte que mil truenos, pregonados en los oídos de un mundo reunido [en asamblea]? ¿Cuál será entonces, tu terror y confusión, cuando todos los hechos que has cometido sean publicados a la luz del sol, a oídos de toda la humanidad? Oh, renuncia a la insensata esperanza de la herejía, pues tu pecado está hoy registrado y un día será anunciado en los muros del cielo
Charles Haddon Spurgeon, (19 de junio de 1834 – 31 de enero de 1892) fue un pastor bautista inglés. Aún es conocido por la gente como el Príncipe de los Predicadores.
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Edificante
Que El Señor nos ayude y a vivir en Santidad.
Bendito sea el nombre de Jehova nuestro Dios y seamos libres de todos los pecados secretos para andar en santidad y llegar a la estatura del varon perfecto