Por: J. C. Ryle
Los cristianos no le deben dar a ningún hombre, ni los títulos ni los honores que le corresponden solamente a Dios, y a su Cristo. No debemos “llamar padre [nuestro] a nadie en la tierra”.
La regla que se establece aquí ha de interpretarse dentro del contexto de toda la Escritura. No se nos prohíbe tener a los ministros en mucha estima y amor por causa de su obra (1 Tesalonicenses 5:13). Aun S. Pablo, uno de los santos más humildes, llamó a Timoteo su “hijo en la fe”, y a los corintios les dice: “Yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4:15).
Pero, con todo, hemos de tener mucho cuidado de no dar, de manera irreflexiva, a los ministros un lugar y un honor que no les pertenece; no debemos permitir jamás que se interpongan entre Cristo y nosotros. Aun los mejores de entre los mejores no son infalibles. No son sacerdotes que puedan hacer un sacrifico de expiación por nosotros, ni mediadores que puedan hacerse cargo de la defensa de nuestras almas ante Dios: son “hombres de igual naturaleza” que nosotros (cf. Hechos 14:15 LBLA), que necesitan la misma sangre purificadora y al mismo Espíritu renovador; hombres apartados para un llamamiento muy elevado y santo, pero al fin y al cabo meramente hombres. No olvidemos nunca estas cosas. Semejantes advertencias siempre vienen bien: la naturaleza humana escogería siempre apoyarse en un ministro visible antes que en un Cristo invisible.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
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Soy hombre de Fe, de Dios y de Cristo,voy aprendiendo un poquito cada día.
Buenas tardes, lamento que en muchas iglesias o congregaciones, esa es la tendencia, idolatría a líderes y pastores.
Muchas veces se ve en las congregaciones como idolatran a los pastores y lo más triste es como los pastores reciben el alago de las congregaciones, solo Dios merece la gloria.
Buenas tardes.
En mi opinión, cuando se tiene por Pastor a un hombre inscrito en la sana doctrina, el mismo cuida de que esto no suceda; cuando el protagonismo se hace presente es obvio que la doctrina está distorsionada.