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Por: R. C. Sproul.

Este artículo forma parte de la serie «Qué buena pregunta«

Creo que, en primer lugar, debemos entender que el término apagar del Nuevo Testamento es una metáfora; supone un uso figurativo del lenguaje. Muy a menudo, el Espíritu es representado con la imagen de una ardiente y consumidora llama de fuego. Sabemos que el Espíritu Santo no es fuego. Es la tercera persona de la Santa Trinidad y no debe identificarse, en última instancia, con el fuego mismo. No adoramos el fuego. No obstante, el Nuevo Testamento usa estas imágenes para describir al Espíritu que viene sobre nosotros y mora en nosotros como cristianos. Debemos, por así decirlo, estar encendidos con una santa pasión por las cosas de Dios. Lo que sea que dificulte o reprima nuestra cooperación interna con el Espíritu de Dios que vive en nosotros de alguna manera apaga el Espíritu. Tal como usaríamos una manguera de jardín para extinguir un incendio en el patio, apagamos las llamas ahogándolas con agua.

Estoy convencido de que, cuando el Espíritu Santo viene inicialmente a nosotros —cuando somos nacidos del Espíritu—, su primer acto es venir a nuestras vidas en un momento soberano, instantáneo y efectivo mediante el cual nos trae a la vida espiritual. No colaboramos en ello. Somos tan pasivos como cuando somos concebidos y nacemos biológicamente. Estoy convencido de que esta obra de vida por la cual nacemos del Espíritu (lo que el Nuevo Testamento llama vivificación) es la obra soberana de Dios.

Una vez tuve la maravillosa experiencia de encontrarme con Billy Graham. Hablamos de muchas cosas en ese encuentro. Billy me contó cómo había venido a Cristo por primera vez. Allí estaba probablemente el más grande evangelista en la historia del mundo —al menos en términos de la cantidad de gente que ha alcanzado— contándome la historia de su conversión con la misma emoción que sentiría si hubiera ocurrido ayer en la tarde. Cuando me explicó cómo empezó Dios a obrar en su vida y a moverse en su corazón, cuando habló de ser trasladado desde el reino de las tinieblas al reino de la luz, sus palabras finales fueron: “El Espíritu Santo lo hizo todo.” Coincido por completo con él.

Tras ese momento de ser vivificado para una nueva vida, de ser regenerado, el resto de la vida cristiana es una empresa cooperativa entre la nueva persona en Cristo y el poder del Espíritu Santo, el cual habita dentro de él o de ella. Mientras más cooperamos con el Espíritu, más crecemos en la gracia, pero podemos retardar y dificultar ese crecimiento al hacer aquellas cosas que podrían extinguir el fuego.

Tomado de ¡Qué buena pregunta! Copyright © 1996 por R.C. Sproul.  

Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.


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