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Por: David Wilkerson.

Durante meses he estado orando por las viudas, los huérfanos y los pobres. Recibimos cartas de gente indigente que ya no pueden pagar su seguro o un alojamiento. He suplicado a Dios: “Tú eres Señor de los ejércitos. Aliméntalos. Suple sus necesidades.” Finalmente, el Señor me contestó: «Tú debes hacer más que orar por ellos, David. Tú puedes hacer algo al respecto. Aliméntalos tú. Está dentro de tu poder hacerlo.”

No te equivoques: nadie puede ser salvo solo por las buenas obras, pero seremos juzgados por si las hicimos o no. Aún el asunto no está a cuánta gente necesitada alimenté o vestí. El asunto central es: “¿Profeso a Cristo como mi Señor, y luego vivo sólo para mí? ¿Falsifico a Jesús acaparando y pasando el tiempo acumulando cosas? ¿Cierro mis ojos a las necesidades del pobre y desvalido?”

Nuestro testimonio a un mundo maldecido por el pecado debe incluir tanto la predicación como la manifestación, tanto en Palabra como en hecho. Nuestra proclamación de Cristo no puede estar divorciada de nuestras obras de ayuda. Como Santiago dice, tales obras ayudan a demostrar el poder del evangelio.

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?» (Santiago 2:14-16).

Las multitudes cristianas responden a la profecía de Jesús de dos modos. Están aquellos «del evangelio fácil» que dicen: «Dios no es tan duro. Eso es toda predicación del día del juicio final. Mi Dios es demasiado amoroso como para juzgar con severidad.» Entonces, aquellos «del evangelio difícil» dicen: «Esto es demasiado estricto, demanda demasiado, yo no puedo aceptar esa palabra tan perturbadora. Nunca puedo estar a la medida de ella.»

Entonces ambos evangelios van por su propio camino, justificados e indiferentes. Un grupo sigue organizando avivamientos para los perdidos. El otro sigue teniendo reuniones de oración, pidiéndole a Dios que supla las necesidades de los pobres. En Navidad, distribuimos cestas a las familias necesitadas, y en otras ocasiones, dejamos caer unas monedas a los mendigos. Pero lamentablemente, se hace muy poco por tener un compromiso práctico  de jornada completa, para hacer lo que Jesús ha mandado.


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