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Por: FABIO ROSSI*

Habacuc nos presenta una profecía diferente a la que observamos en libros como Isaías, Miqueas, o Sofonías. No se trata de un oráculo que el profeta entrega al pueblo de Dios o a las naciones. Más bien, en Habacuc encontramos una especie de diálogo entre el profeta y Dios: un intercambio de preguntas y respuestas que llegan a su clímax en el último capítulo. Habacuc abraza los designios de Dios para su pueblo —por confusos o contrarios que parezcan—, y emprende un caminar lleno de esperanza en la bondadosa y soberana voluntad de Dios.

Si estás atravesando una temporada difícil en tu vida, estoy seguro de que encontrarás consuelo y fortaleza en Habacuc, pues los escenarios que se vivieron en aquellos días no son muy distintos a los que vivimos hoy. En esa intensa conversación entre Dios y el profeta encontramos tesoros del evangelio que nos ayudarán a caminar con fe y esperanza en medio de las pruebas.

¡Dios está haciendo algo increíble en medio de tu crisis! 

El clamor esperado del creyente en medio de la crisis

Habacuc se encontraba en medio de una sociedad que se desmoronaba moralmente. Los líderes políticos, los sacerdotes, y todo el pueblo se había sumido en el pecado, abandonando a Dios, y desechando Sus mandamientos.

Había una sociedad plagada de inmoralidad, injusticia, y opresión. En ese contexto encontramos al profeta expresando su dolor: “¿Por qué me haces ver la iniquidad y la opresión?” (1:3). Habacuc estaba dolido por tener que ser testigo de los problemas y la iniquidad de sus días, y Dios no parecía estar haciendo nada al respecto. El profeta no lanzó un juicio de destrucción contra Judá ni pide a Dios que mande fuego para que los consuma. Más bien, él clamó con dolor para que el Señor interviniera en medio de la oscuridad y rescatara a su pueblo.

Así como en Judá, la injusticia e iniquidad abundan en nuestra sociedad. La gente sigue rechazando a Dios y desechando sus mandamientos, especialmente cuando se enfrentan al dolor y la muerte.

¿Tenemos la misma perspectiva que Habacuc respecto al pecado que nos rodea? ¿Nos dolemos profundamente por las consecuencias del pecado en nuestra sociedad? ¿O estamos tan preocupados por nosotros mismos y por cómo la crisis está afectando nuestra salud, nuestros negocios y nuestras familias, que olvidamos levantar la cabeza como siervos y mensajeros de Dios en este mundo para interceder?

Si los cristianos no lloramos por la perdición de nuestra sociedad, entonces ¿qué esperanza hay para el mundo? ¡Nosotros somos la sal y la luz! (Mt. 5:13-16). Nosotros fuimos llamados para anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe. 2:9).

La respuesta inesperada de Dios en medio de la crisis

Habacuc quería entender por qué Dios había tardado en su respuesta, y por qué no había traído la salvación a su pueblo que sufría en manos de gente perversa. El profeta estaba cuestionando a Dios y quería escuchar una respuesta satisfactoria.

Así que Dios le responde, pero lo hace de una manera especial. De hecho, le advierte a Habacuc que la respuesta que está a punto de oír puede ser perturbadora y muy confusa: “¡Miren entre las naciones! ¡Observen! ¡Asómbrense, quédense atónitos! Porque haré una obra en sus días que ustedes no la creerían si alguien se la contara” (Ha. 1:5).

¿De verdad querías saber qué era lo que Dios tenía en mente para salvar a su pueblo? Bueno, aquí está la respuesta. A partir del verso 6, el Señor empieza a describir su plan: “Voy a levantar a los caldeos, pueblo feroz e impetuoso, que marcha por la anchura de la tierra para apoderarse de moradas ajenas”.

¿Puedes imaginarte el rostro desfigurado del profeta al oír lo que Dios planeaba hacer? La manera en que el Señor lidiaría con el sufrimiento y la injusticia en Judá, sería levantando a un imperio feroz, imponente, temible, veloz, astuto, violento, y sanguinario que arrasaría con todo a su paso.

Los planes de Dios son mucho más altos que los nuestros; en muchas ocasiones, su proceder nos podrá parecer contrario, confuso, inapropiado, ilógico, o impensable. Pero algo es cierto, como afirmó el apóstol Pablo: “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Ro. 8:28). ¿Cómo puede ser? El mayor y mejor ejemplo de la respuesta inesperada de Dios lo encontramos en Cristo.

Habacuc no entendía cómo era que Dios traería más sufrimiento y dolor a su pueblo, en lugar de salvación. Así también nosotros, especialmente en medio de los problemas y las crisis, nos preguntamos cómo es que Dios permite que el mundo —y sus hijos— sigan padeciendo, mientras Él parece distante o indiferente.

Pero en la cruz —donde Cristo experimentó el juicio y el castigo de Dios por nosotros, convirtiéndose en el ejemplo supremo del obrar inesperado de Dios— vemos cómo Dios trajo salvación a través del sufrimiento y la muerte.

Habacuc se sentía abandonado por Dios, y algunos de nosotros podríamos sentirnos igual hoy. Pero recuerda que en la cruz, Cristo sí experimentó el abandono de Dios… el abandono que nosotros merecíamos. Así que, cuando en medio de la prueba, la injusticia, y el sufrimiento sientas que Dios se ha alejado —que no te oye, y no te responde— recuerda que Cristo sí fue abandonado para que tú no fueras abandonado por Dios. ¡Dios está ahí contigo! ¡Él está obrando! ¡Él no te ha dejado solo!

Si en medio de la enfermedad has clamado por salud, pero a cambio ves más enfermedad; si en medio del desempleo has clamado por provisión, pero en cambio ves más necesidad; si en tu oración has clamado que Dios te saque de tu crisis y te lleve a una tierra de descanso y abundancia, pero en lugar de eso te encuentras en un desierto, ¡recuerda que Dios está ahí obrando! ¡Él —y solo Él— puede traer vida y salvación a través de la muerte y el sufrimiento! El Señor tiene cuidado de ti y te dará lo que necesitas, aunque no sea lo que esperas (Mt. 6:25-34). Pero sobre todo, en medio de tu aflicción, Él te conformará cada vez más a la imagen de su Hijo.

El Señor sabe que somos débiles y pequeños. Él conoce nuestro corazón, nuestras dudas, y nuestras luchas, y nos dejó ejemplos como el de Habacuc (¡y Job y David!) para que sepamos que no le sorprenden nuestras dudas y confusión ante su obrar o su aparente silencio. Pero al mismo tiempo nos recuerda que estas dudas y frustraciones encuentran respuesta en Él: el Dios todopoderoso, el creador del cielo y la tierra, el Rey soberano que gobierna todo y que sustenta todo.

Habacuc se atrevió a cuestionar el obrar de Dios (mira Habacuc 1:2), pero también recordó que aún cuando las circunstancias a su alrededor no cambiaron como él esperaba, su corazón estaría anclado en el Dios de su salvación.

Es mi oración que así como Habacuc, tú y yo podamos encontrar en el Señor un ancla firme y fuerte, y que en medio de la crisis podamos afirmar estas mismas palabras:

“Aunque la higuera no eche brotes,
Ni haya fruto en las viñas;
Aunque falte el producto del olivo,
Y los campos no produzcan alimento;
Aunque falten las ovejas del redil,
Y no haya vacas en los establos,
Con todo yo me alegraré en el Señor,
Me regocijaré en el Dios de mi salvación.
El Señor Dios es mi fortaleza;
Él ha hecho mis pies como los de las ciervas,
Y por las alturas me hace caminar”, Habacuc 3:17-19.

Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio.

*Fabio Rossi es el Director Ejecutivo de Coalición por el Evangelio, el ala hispana de TGC. También sirve como Coordinador de Operaciones Internacionales, apoyando a los líderes de las diferentes Coaliciones alrededor del mundo. Fabio vive en Santo Domingo (República Dominicana) con su esposa, Carol, y sus dos hijos.


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