Por: David Clarkson
«El católico romano obra a fin de ganarse el cielo. El fariseo obra para ser aplaudido, para ser visto por los hombres, a fin de lograr una buena estima de ellos. El esclavo trabaja para no ser golpeado, para no ser condenado. El religioso obra para poder tapar la boca de su conciencia que lo acusará si no hace nada. El profeso común obra porque es vergüenza no hacer nada donde algo tan grande es profesado.
Pero el verdadero creyente obra porque ama. Este es el motivo principal (incluso el único) que lo lleva a obrar. No hay otro motivo dentro ni fuera de él, sin embargo, se mantiene obrando para Dios, y actuando para Cristo porque lo ama; es como fuego en sus huesos»