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Por: David Mathis

El liderazgo ha caído en tiempos difíciles. Como sociedad, sospechamos de nuestros líderes, a menudo asumiendo que usarán su poder para beneficios egoístas, en vez de usarlo para nuestro bien. Eso hace que estos sean días aterradores para asumir y ocupar un cargo, no solo en los negocios y en la política, sino que también en la iglesia.

Algunas de nuestras sospechas están bien fundadas. Historias de uso y abuso viajan más rápido y más lejos que nunca en los rieles de los medios de comunicación modernos. Y los cristianos, entre todas las personas, saben que lejos de Cristo, «No hay justo, ni aun uno». ¿Qué sorprendidos deberíamos estar de confirmar esto una y otra vez?

Sin embargo, es correcto que nosotros tengamos y mantengamos estándares altos en la iglesia. Creemos que Dios cambia los corazones y el comportamiento. Él entrega su Espíritu. Él obra en y por medio de nosotros para conformarnos progresivamente a la imagen de su Hijo. Esperamos más de los ancianos de la iglesia, y debemos hacerlo. Como ancianos de la iglesia, no solo debemos asumir el liderazgo con seriedad, sino que también con la ambición de mostrarle a la iglesia y al mundo que Cristo requiere un tipo diferente de líder.

Muchos textos del Nuevo Testamento nos dan imágenes del liderazgo cristiano que son claramente distintos de los paradigmas predominantes en el mundo (entre ellos Mr 10:42-45Hch 20:18-351Ti 3:1-132Ti 2:22-26Tit 1:5-9), pero el lugar al cual nos volcamos más a menudo, y al cual disfrutamos invitar a otros, es 1 Pedro 5:1-5. Oh, que Dios se complazca en nuestro tiempo para levantar y sostener pastores como este, el tipo de pastor que todos queremos.

1. Hombres que están presentes y son accesibles

Pedro comienza: «[…] a los ancianos entre ustedes, exhorto yo […]: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes […]» (1P 5:1-2, [énfasis del autor]). Él lo dice dos veces en una oración. Los pastores, los ancianos (dos términos para el mismo cargo en el Nuevo Testamento) están entre la congregación, y la congregación está entre los ancianos. Juntos forman una iglesia; un rebaño.

Los buenos pastores son ante todo ovejas; ellos lo saben y lo aceptan. Los pastores no comprenden una categoría fundamentalmente diferente de cristianos. Ellos no necesitan tener un intelecto, una oratoria y habilidades ejecutivas de talla mundial. Ellos son personas promedio, normales, cristianos saludables, que sirven de ejemplo para el rebaño, mientras están entre el rebaño, a medida que ejercen su liderazgo por medio de la enseñanza de la Palabra de Dios y toman decisiones comunitarias sabias. Sus corazones se inflan con la instrucción de Jesús en Lucas 10:20: «[…] no se regocijen en esto, de que los espíritus se les sometan, sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos». Su primera y más fundamental alegría no es lo que Dios hace por medio de ellos como pastores, sino lo que Cristo ha hecho (y hace) por ellos como cristianos.

Los buenos pastores, por lo tanto, tienen un alma segura y no son llevados a diestra y siniestra por la necesidad de impresionar o demostrar lo que valen. Les encanta ser un cristiano lo más normal posible, modelando un cristianismo maduro y saludable, no estando por encima de la congregación.

Otra manera de decirlo es que esos pastores son evidentemente humildes. Después de todo, Pedro instruye a «todos» (ancianos y congregantes): «[…] Y todos, revístanse de humildad en su trato mutuo […]» (1P 5:5). Las iglesias saludables están entusiasmadas con revestirse de humildad en su trato hacia los pastores que han liderado el camino de revestirse de humildad.

Esos pastores no son solo humildes en teoría, sino que en práctica. Están presentes en la vida de la iglesia y son accesibles. Invitan, dan la bienvenida y reciben al rebaño. No pretenden pastorear al rebaño de Dios en todo el mundo, sino que se enfocan en el que está «entre ustedes» (aquellos asignados a su cargo) y se deleitan de estar entre ese rebaño, no apartados ni distantes.

2. Hombres que trabajan juntos

Una de las verdades más importantes a poner en práctica respecto al ministerio pastoral es que Cristo tiene el propósito de que sea un trabajo en equipo, no el espectáculo de un solo hombre. Como en 1 Pedro 5, así como también en cada contexto en el que los ancianos-pastores de la iglesia local son mencionados en el Nuevo Testamento, el título es plural. Solo Cristo se sienta sobre la iglesia como Señor. Él tiene el propósito de que sus subpastores trabajen y se desarrollen como equipo.

Las congregaciones maduras no quieren a un líder intocable, sentado en lo alto de la iglesia en su púlpito, seguro apartado de la rendición de cuentas y de los ásperos intercambios de opinión que conducen a la sabiduría. El tipo de pastores que anhelamos en este tiempo son buenos hombres con buenos amigos: amigos que los aman lo suficiente para desafiar sus preferencias, que lo presionan y les hacen la vida difícil y mejor, más incómoda y más fructífera.

3. Hombres que son atentos y comprometidos

Los pastores también deben estar «velando» (1P 5:2). Independientemente de lo frágiles que han llegado a ser los seres humanos modernos, en lo profundo aún queremos líderes que no solo escuchen y fortalezcan a otros, sino que inicien y lideren. Aún queremos líderes que nos hablen la Palabra de Dios (Heb 13:7) y que realmente hagan el trabajo duro y costoso de gobernar al que han sido llamados. «Tengan cuidado de sí mismos y de toda la congregación, en medio de la cual el Espíritu Santo les ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios […]» (Hch 20:28).

No importa cuán experimentados y talentosos sean los buenos pastores, no son hombres conocidos por su extensa experiencia o por sus conocimientos administrativos. Al contrario, son conocidos como hombres del Libro. Hombres para quienes tener la Palabra de Dios marca toda la diferencia en el liderazgo; hombres cuyos estilos de liderazgo se basan en el Libro. La Biblia no es un suplemento; la Biblia es central. Dios ha hablado; eso lo cambia todo.

Queremos hombres que ejerzan gran influencia como maestros, no que insistan en el control: «tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados» (1P 5:3). Hombres que evidentemente sirven a otros, no a sí mismos, con sus dones y autoridad. Hombres que realmente lideran, no solo ocupan puestos y cargos de autoridad. Hombres que no tratan el cargo como privilegio, sino como un llamado de Dios a morir a las comodidades y a las facilidades, para abrazar caminos más difíciles. Hombres que se ganan la confianza, en lugar de abusar de ella. Hombres que, como dice Pedro, «pastoreen el rebaño de Dios» (1P 5:2), lo que no solo significa guiar y alimentar, transmitir visión y comunicar, sino que también defender y proteger; lo que nos lleva a la cuarta cualidad.

4. Hombres que abrazan la dificultad

Una persona se muestra verdaderamente, para los líderes y las congregaciones, cuando surgen días difíciles. Queremos el tipo de pastores que abraza la dificultad, no con fortaleza necesariamente, aunque en ocasiones eso podría requerirse, sino que con aún más atención, con preguntas cuidadosas, con consejo valiente y con continua enseñanza. En el conflicto, «el siervo del Señor» no solo debe ser amable y paciente, corregir a los oponentes con ternura, si no que también debe ser «apto para enseñar» (2Ti 2:24-25). El pueblo de Dios no solo necesita enseñanza en tiempos de paz, sino que también cuando los tiempos son difíciles, y aún más.

Los buenos pastores se ponen a la altura de las circunstancias en la dificultad. El «por tanto» de Pedro en el versículo 1, se refiere a lo que acababa de decir en el versículo anterior (1P 4:19): «Así que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien» [énfasis del autor]. El contexto de la instrucción de Pedro a los ancianos es el sufrimiento. Esa es la razón por la que se dirige después a los ancianos: cuando los tiempos son los más duros, el peso cae especialmente sobre los ancianos. Y así debe ser.

Los buenos pastores saben y viven esto. Cuando la situación se pone difícil, deben estar más presentes, no menos presentes. Cuando surge la incertidumbre, están más atentos, no menos. No es que tengan que estar seguros o fingir estarlo, si no que abrazan la dificultad y lideran juntos, se apoyan en hermanos en la causa. No pretenden que sus formas sean las mejores o las únicas, pero al menos, con oración y consejo, proponen una manera de proceder. Cuando no saben qué hacer, saben qué hacer: buscar a Dios (2Cr 20:12). Toman la iniciativa; se arriesgan y se incomodan. Vencen su temor de estar equivocados con la esperanza de cuidar a otros.

Abrazar el llamado al cargo pastoral en la iglesia es abrazar el sufrimiento. Los pastores sufren como pastores, pues de otras maneras no experimentarían esos sufrimientos. No obstante, lo hacen mirando la recompensa, la ganancia, la gloria que corresponde a la obra, no con vergüenza, sino con pureza: «Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona inmarcesible de gloria» (1P 5:4). Lo que nos conduce a la última cualidad.

5. Hombres que disfrutan la obra

Las iglesias quieren pastores felices; no clérigos por deber; no ministros quejumbrosos. El tipo de pastor que todos queremos es uno que quiera llevar a cabo la obra y trabaja por nosotros con gozo. Queremos pastores que sirvan «no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios» (1P 5:2).

Dios mismo quiere pastores que trabajen con el corazón. Quiere que aspiren a la obra (1Ti 3:1) y que la realicen con alegría (Heb 13:17). No por deber, ni bajo obligación, sino que voluntaria, entusiasmada y alegremente. Y no solo «como quiere Dios», sino que «como Dios mismo lo hace»: literalmente «de acuerdo con Dios» (kata theon). Dice algo sobre Dios que Él quiera hacerlo de esta manera. Él es un Dios que actúa desde el gozo. Él quiere pastores que trabajen con gozo porque Él es así con nosotros. Él es un Dios que se glorifica más no por puro deber, sino por el entusiasmo y el disfrute, y Él mismo cuida de su pueblo voluntaria, entusiasmada y alegremente.

Las iglesias saben esto en lo profundo de sus corazones: los pastores felices, no los ancianos quejumbrosos, hacen iglesias felices. Los pastores que disfrutan la obra y la llevan a cabo con alegría son un beneficio y una ventaja para su congregación (Heb 13:17).

EL PRÍNCIPE DE LOS PASTORES QUE TODOS QUEREMOS

Así son los pastores que todos queremos. Por supuesto, ningún hombre y ningún equipo de hombres encarnará estos sueños perfectamente, pero sí son hombres de Dios que aprendieron a atravesar sus tentaciones a paralizarse debido a sus imperfecciones. Con alegría se apoyan en Cristo como el gran y perfecto Pastor de las ovejas, echan sus cargas sobre sus grandes hombros (1P 5:7), recuerdan que su Espíritu vive y obra en ellos y luego dan el próximo valiente y humilde paso.

A medida que los pastores aprenden a estar a la altura de estos sueños realistas (aunque no perfectamente, pero progresando realmente en el Espíritu), algunos aspectos de nuestra cultura de liderazgo quebrados encontrarán sanidad. Al menos, nuestras iglesias, si es que no nuestro mundo, aprenderán a dejar de lado sus sospechas y a disfrutar del regalo de Dios de buenos pastores y maestros.

David Mathis © 2020 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.


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79 comentarios en «El pastor que todos queremos: Lo que distingue a los buenos pastores»

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