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Por: H. Wayne House — Timothy J. Demy

Este artículo forma parte de la serie «Respuestas a preguntas sobre Jesús«

En 1 Pedro 3:19-20 leemos: “… [Jesús] fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”. ¿Cuándo y qué predicó Jesús a los espíritus encarcelados, y quiénes eran? Las palabras de Pedro sobre la predicación de Jesús se encuentran en un pasaje ampliado (1 P. 3:13—4:19) sobre el significado y el propósito del sufrimiento en las vidas de los cristianos. En estos versículos, Pedro recuerda a sus lectores el sufrimiento de Jesucristo en su muerte inmerecida, y las consecuencias de esa muerte. La muerte de Jesús no fue una derrota, sino una victoria espiritual que trajo salvación a todos los que creen. Por medio de su muerte y de su resurrección, Jesús triunfó sobre el pecado, la muerte y Satanás. Además, nada puede sobrevenir a los cristianos que escape al poder y al control de Jesucristo (1 P. 3:22).

El triunfo de Jesús en la crucifixión y la resurrección es indudable, y nadie lo discute. Lo que se ha discutido durante los siglos ha sido cuándo y cómo predicó Jesús a los espíritus encarcelados. Incluso el reformador Martín Lutero consideraba este un versículo extraño, con un sentido complejo, y le costó encontrar su verdadero sentido.

Hay diversos puntos de vista sobre este pasaje, cada uno de los cuales presenta combinaciones o variantes. Uno de los más frecuentes se asocia con el Credo apostólico (pero no con otro credo más amplio y detallado, el de Nicea) en las palabras “descendió al infierno”, que implica que durante la crucifixión y la resurrección Jesús predicó a los espíritus encarcelados en el infierno. Se entiende que esos espíritus eran los ángeles caídos, quizá aquellos mencionados en Génesis 6, o seres humanos de los tiempos de Noé o de otras épocas del Antiguo Testamento, que esperan el juicio final de Dios al final de esta era. En consecuencia, esta predicación se interpreta a menudo como condenatoria, y en ella Jesús diría en realidad: “¡Se lo dije!”, al anunciar su victoria sobre el pecado y la muerte. Otros sostienen que Jesús bajó al infierno y proclamó libertad a las personas que se arrepintieron justo antes de morir durante el diluvio de Noé (Gn. 6—9).

Otra opinión, también asociada con el descenso al infierno, pero que adopta una línea interpretativa diferente, sostiene que después de la muerte existe una segunda posibilidad de salvarse (aunque el v. 20 limita la audiencia a los humanos de la época de Noé). Aunque este pasaje se cita a menudo para apoyar ese descenso, no vemos que el pasaje enseñe esa actividad (ver también los comentarios más adelante, sobre Efesios 4:9). En la Biblia tampoco hallamos apoyo alguno para hablar de una segunda posibilidad de salvación tras la muerte (He. 9:27).

Un segundo punto de vista importante es que Jesús proclamó su victoria a los ángeles caídos (seguramente a los que se casaron con mujeres en Gn. 6:9), quizá entre el momento de su muerte y su resurrección o en otro instante no registrado anterior a su ascensión a los cielos o durante esta (Hch. 1:9). Durante la era del Nuevo Testamento, en el judaísmo hubo una firme tradición y creencia en que los ángeles caídos estaban encarcelados (ver, por ejemplo, el libro apócrifo 1 Enoc, 10-16, 21). Si bien durante la época de Jesús existió mucho interés en los ángeles, no hay la seguridad de que los lectores de Pedro fueran conscientes de la escritura y de la tradición de 1 Enoc, y además el término griego para espíritus en 1 Enoc no siempre se traduce como seres angélicos (o demonios).

Un tercer punto de vista, cuyo respaldo goza de una larga historia (incluyendo entre sus defensores a Agustín, Tomás de Aquino y muchos durante la Reforma), es que el Cristo preencarnado predicó por medio de Noé a su generación. Bajo este punto de vista, Cristo predicó por medio del Espíritu Santo y la persona de Noé. De la misma manera que el Espíritu Santo habló por medio del rey David en sus tiempos (Hch. 1:16; 4:25), lo mismo sucedió en la época de Noé mientras construía el arca antes del gran diluvio. El mensaje que se predicó fue de arrepentimiento para los incrédulos de la generación de Noé, que se negaron a arrepentirse y ahora están en el infierno. Este punto de vista también encaja bien con 1 Pedro 1:11, que dice que el Cristo preencarnado habló por medio de los profetas del Antiguo Testamento, y con 2 Pedro 2:5, donde se dice que Noé fue un “pregonero de justicia”. Un problema con esta perspectiva es que la palabra espíritu casi nunca se usa en el Nuevo Testamento para hablar de personas. Ninguna de las interpretaciones es plenamente satisfactoria, y cada una presenta problemas gramaticales, léxicos o teológicos, aunque la tercera parece la más coherente con el contexto inmediato. Dentro de ese contexto, a los lectores de la carta se les exhorta a proclamar osadamente su fe en un entorno hostil, justo como lo hizo Noé. Pueden estar seguros de que, independientemente de lo reducido de su número, Dios los salvará, y Jesucristo triunfará al final sobre el mal.

Lo que está claro es que la resurrección de Jesús fue la confirmación de todo lo que se profetizó en el Antiguo Testamento, y que Jesucristo, “quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” (1 P. 3:22).

Un segundo versículo que se usa a veces para respaldar la idea de que Jesús descendió al infierno es Efesios 4:9: “Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?”. Como vimos antes, la idea de un descenso al infierno ha aparecido a lo largo de los siglos en diversos credos cristianos, sobre todo en las versiones posteriores del Credo apostólico. Pero este no fue escrito por ninguno de los apóstoles ni por un concilio único de la Iglesia. Más bien se desarrolló a lo largo de un periodo de 500 años, entre los años 200 y 750 d. C., y la frase sobre el descenso al infierno se incorporó muy tarde al credo. Uno de los versículos que se citan para respaldar esta enseñanza es Efesios 4:9 (junto con 1 P. 3:19). Pero, ¿qué es lo que tenía en mente Pablo en este pasaje?

En Efesios 4, Pablo habla de la unidad y la diversidad dentro de la Iglesia universal, y en 4:8 resume el Salmo 68, sobre todo el versículo 18. Este salmo retrata a un guerrero valiente que regresa revestido de gloria, y recibe regalos y los reparte entre sus seguidores. Pablo usa esta imagen y dice que, al redimir a los pecadores, Jesucristo les proporciona libertad espiritual, y luego ofrece a los cristianos como regalos a la Iglesia universal. Cada persona es única y tiene capacidades y responsabilidades distintas dentro de la Iglesia de Cristo (4:11-12).

Dentro de este contexto, los versículos 9-10 ofrecen un comentario entre paréntesis sobre la repartición de los dones que hace Jesús, afirmando que antes de ascender al cielo tuvo que descender “a las partes más bajas”. Igual que en un viaje circular, donde una persona debe irse de su casa antes de abordar la segunda parte del viaje, el retorno al hogar, Jesús tuvo que abandonar el cielo antes de poder volver al cielo.

“¿Adónde descendió Cristo?”. Cuando Pablo habla de “las partes más bajas”, ¿qué quiso decir con esas palabras? Algunos intérpretes han entendido que ese descenso es una referencia a Cristo en Pentecostés, cuando repartió dones espirituales a la Iglesia por medio del Espíritu Santo, pero ha habido otras tres maneras principales de entender esto. Muchos han opinado que esta frase habla de unas partes inferiores a la Tierra o debajo de ella, respaldando así un descenso al Hades. Otros creen que Pablo dice que Jesús descendió a la tierra, y la frase debería leerse: “a las partes bajas, es decir, a la tierra”. Una tercera solución es que se refiera a la encarnación y a la muerte posterior de Jesús, con la idea de “la parte más baja de la tierra, la tumba”.

Esta última idea encaja bien en el contexto inmediato del pasaje. Pablo afirma que el mismo Cristo que ascendió al cielo es también aquel que antes había descendido del mismo. Descendió del cielo para nacer como humano. En su encarnación, fue crucificado realmente, murió y fue sepultado, resucitó en gloria al tercer día, venció al pecado y a la muerte, ofreció la liberación espiritual y la salvación a todos. Estos versículos no enseñan que Jesús descendiera al infierno.

Fragmentos tomados del libro «Respuestas a preguntas sobre Jesús» de H. Wayne House y Timothy J. Demy

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