“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.” Isaías 45:22.
Hace seis años, hoy, casi a esta misma hora del día, me encontraba “en hiel de amargura y en prisión de maldad.” Sin embargo, por la gracia divina, había sido ya conducido a sentir la amargura de esa servidumbre, y a clamar en razón de la maldad de esa esclavitud. Buscando el descanso sin hallarlo, entré en la casa de Dios y me senté allí, temiendo que si alzaba mi mirada, podía ser cortado y consumido completamente por Su severa ira. El ministro subió al púlpito y, al igual que acabo de hacerlo yo, leyó este texto: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.” Yo miré al instante y la gracia de la fe me fue otorgada allí; y ahora creo que puedo afirmar verdaderamente
“Desde que vi por fe el torrente,
Que es alimentado por Sus heridas sangrantes,
El amor redentor ha sido mi tema,
Y lo será hasta que muera.”
Nunca olvidaré ese día, mientras conserve mi memoria; tampoco podré dejar de repetir este texto cada vez que recuerde aquella hora, cuando conocí por primera vez al Señor. ¡Fue un encuentro sorprendentemente lleno de gracia! Y ahora es una experiencia portentosa y maravillosa para quien oyó estas palabras hace tan poco tiempo, para provecho de su propia alma, que pueda dirigirme a ustedes hoy, como oyentes del mismo texto, con la plena esperanza y confianza que algún pobre pecador, dentro de estas paredes, oiga también para sí las buenas nuevas de salvación, y que hoy, 6 de Enero, pueda “abrir sus ojos, para que se convierta de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios.”
TOMADO DE: UN SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE ENERO, 1856, POR CHARLES HADDON SPURGEON, EN LA CAPILLA NEW PARK STREET, SOUTHWARK, LONDRES.