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Por: Andrew Murray.*

Cuando el Espíritu Santo descendió en Pentecostés para morar en los hombres, asumió el mando y control de toda su vida. No debían ser o hacer nada que no estuviera bajo su inspiración y liderazgo. En todo debían moverse, vivir y tener su ser “en el Espíritu”, ser personas completamente espirituales. De ahí se derivaba como algo necesario que sus posesiones y propiedades, que su dinero y sus asignaciones también estaban sujetos a su gobierno, y que sus ingresos y gastos debían moverse por principios nuevos, desconocidos hasta entonces.

En los capítulos iniciales de Hechos encontramos más de una prueba de la reclamación global del Espíritu Santo de guiar y juzgar la disposición del dinero. Si como cristiano quiero saber cómo dar, aquí puedo aprender cuál es la enseñanza del Espíritu Santo en relación con el lugar que debe ocupar el dinero en mi vida cristiana y en la de la Iglesia.

Lo primero que nos encontramos es que el Espíritu Santo toma posesión del dinero. “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” Hechos 2:44, 45. Y de nuevo en Hechos 4:34: “Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles. Entonces Bernabé, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles”. Sin ninguna orden o instrucción. En el gozo del Espíritu Santo, el gozo del amor que Él había derramado en sus corazones, el gozo de los tesoros celestiales que ahora los enriquecían, se desprendieron espontáneamente de sus posesiones y las pusieron a disposición del Señor y de sus siervos.

Habría sido extraño si hubiera sido de otro modo, y una pérdida terrible para la Iglesia. El dinero es el gran símbolo del poder de la felicidad de este mundo; uno de sus principales ídolos, que aparta a los hombres de Dios; una tentación incesante a la mundanalidad a la que el cristiano está expuesto diariamente. No habría sido una salvación completa si no brindara una liberación plena del poder del dinero. La historia de Pentecostés nos reafirma en que cuando el Espíritu Santo entra en el corazón en su plenitud, entonces las posesiones terrenales pierden su lugar en él y el dinero solamente se valora como un medio de probar nuestro amor y servir a nuestro Señor y a nuestros semejantes. El fuego del cielo que encuentra a un hombre sobre el altar y consume el sacrificio también encuentra su dinero, y lo convierte todo en ALTAR DE ORO, santo para el Señor.

Aquí aprendemos el verdadero secreto de la ofrenda cristiana, el secreto, de hecho, de toda la vida cristiana: el gozo del Espíritu Santo. Así pues, ¿cuántas de nuestras ofrendas han carecido de este elemento? El hábito, el ejemplo, los argumentos y motivos humanos, el sentido del deber o la sensación de necesidad a nuestro alrededor han tenido más que ver con nuestra caridad que el poder y el amor del Espíritu. No es que lo que acabamos de mencionar no sea necesario. El Espíritu Santo hace uso de todos estos elementos de nuestra naturaleza para estimularnos a dar. Existe una gran necesidad de inculcar principios y hábitos fijos en lo que respecta a dar. Pero lo que necesitamos comprender es que todo esto no es más que el lado humano, y no puede ser suficiente si queremos dar en tal medida y espíritu que cada ofrenda sea un sacrificio de olor fragante a Dios y una bendición para nuestras propias almas. El secreto de la verdadera ofrenda es el gozo del Espíritu Santo.

La queja de la Iglesia en cuanto a la terrible necesidad de más dinero para la obra de Dios, de la terrible desproporción entre lo que el pueblo de Dios gasta en sí mismo y lo que dedica a su Dios, es universal. El grito suplicante de muchos de los siervos de Dios que trabajan por los pobres y los perdidos, a menudo es doloroso. Tomemos en serio la lección solemne: es simplemente una prueba de la medida limitada en que se conoce el poder del Espíritu Santo entre los creyentes. Oremos con la más ferviente de las oraciones para que toda nuestra vida esté tan imbuida del gozo del Espíritu Santo, tan absolutamente rendida a Él y a su gobierno, que todo nuestro dar pueda ser un sacrificio espiritual, por medio de Jesucristo.

*Andrew Murray fue un escritor, maestro y pastor cristiano sudafricano. Murray consideraba que las misiones eran «el fin principal de la iglesia». 

Un comentario en «El Espíritu Santo y el dinero (Parte 1)»
  1. […] Nuestra primera lección fue: la Iglesia de Pentecostés necesita dinero para su trabajo; el Espíritu de Pentecostés proporciona dinero; el dinero puede ser, simultáneamente, una prueba cierta del poderoso obrar del Espíritu y un bendito medio para abrir el camino de una acción más completa por su parte. Pero existe un peligro que siempre acecha. Los hombres comienzan a pensar que el dinero es la mayor necesidad; que la abundancia del dinero que se recibe es una prueba de la presencia del Espíritu; que el dinero debe de ser fortaleza y bendición. Nuestra segunda lección disipa estas ilusiones y nos enseña cómo el poder del Espíritu se puede mostrar igualmente allí donde no hay dinero. El Espíritu Santo es el enorme poder de Dios, que ahora se aviene a usar el dinero de sus santos, demostrando una vez más lo divinamente independiente que es de él. La Iglesia debe someterse para ser guiada a esta doble verdad: que el Espíritu Santo reclama todo su dinero y que las obras más poderosas del Espíritu Santo se pueden llevar a cabo sin él. La Iglesia nunca debe pedir dinero como si este fuera el secreto de su fuerza. […]

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