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Por: Gervase Babington

Este artículo forma parte de la serie «Día a día con los puritanos»

El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Yahveh habitaré por los siglos de los siglos. SALMO 23:6

Observa las dulces promesas de Dios acerca de las súplicas de sus hijos a Él, que son tantas y tan completas, pues ningún corazón, si no es de piedra ni de acero, dejará de recibir consuelo y valor para hablar al Señor.

«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. «Si algo pedís al Padre, os lo dará en mi nombre» (JUAN 16:23) y miles de otros pasajes similares. Medita en ellos hasta que una llama comience a arder en tu interior, y entonces habla con ardor a un Dios tan bondadoso que anima a Sus hijos a orar con sinceridad. Y recuerda siempre lo que se dijo: «Entraré en tu casa y me postraré ante tu santo templo» (Salmo 5:7).

La multitud de las misericordias de Dios hace agradable entrar en la casa de culto; sí, repetir con gozo y satisfacción las palabras de David: «En Dios cuya palabra alabo, en Yahveh cuya palabra alabo, en este Dios pongo mi confianza, y nada temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?» (Salmo 56, 10-11).

A veces nuestra debilidad es grande y nuestra mente empieza a aprender de nuestra oración hecha en silencio, por eso, es bueno orar en voz alta, sí, incluso gritando nuestros pensamientos, para no permitir digresiones y para que la mente armonice con el sonido de la lengua. Esta ha sido siempre la sabiduría de los piadosos y, según leemos, vemos que les ayudaba. El profeta David dice: «Alzo mi voz al Señor y clamo… y digo: tú eres mi refugio, mi porción en la tierra de los vivientes» (Salmo 142:1,5). Y pronuncia las palabras con alegría, incluso por esta causa de la que estamos hablando.

Agustín dice: «Nuestra devoción y afecto son suscitados y estimulados por la voz». Y la experiencia es la mejor prueba de ello. Las expresiones corporales, como arrodillarse, postrarse con el rostro en tierra, golpearse el pecho y cubrirse la cara o volverse hacia la pared, alzar los ojos y otras semejantes, ayudan también a la demostración de afecto. Sí, entonces están dentro de la ley y son correctos en sus acciones, cuando sirven a este propósito con sinceridad, y no como una muestra externa de hipocresía.

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