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Por: A. W. Tozer

Este artículo forma parte de la serie «Mi búsqueda diaria«

Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. SALMOS 32:1-2

El pecado ha hecho que me sea imposible saber cómo he de adorar a Dios si la verdad no me ilumina y aclara mi entendimiento. Tengo en mi mano el Libro, el único libro que me ilumina. Aquí está la luz que alumbra a todo el que la lea.

Jesucristo es la luz que ilumina a cada uno que nace en este mundo; la luz del corazón humano y la luz de este Libro armonizan. Cuando los ojos del alma miran el Libro de Dios, y entran en la Palabra viva de Dios, entonces conocemos la verdad y podemos adorar a Dios en espíritu y en verdad.

En el Antiguo Testamento el sacerdote no podía ofrecer sacrificios si no estaba ungido con aceite, símbolo del Espíritu de Dios. Nadie puede adorar a partir de su propio corazón. Y, sin embargo, buscamos entre las flores, los nidos de las aves y las tumbas, buscamos por todas partes. No puedo adorar a Dios desde mi propio corazón.

Solo el Espíritu Santo sabe adorar a Dios de manera aceptable; Él refleja la gloria de Dios. El Espíritu viene a nosotros y vuelve a reflejar a Dios, pero si no nos llega al corazón, no podrá reflejar a Dios y, en consecuencia, no habrá adoración. ¡Qué grande, amplia, maravillosa y grandiosa es la obra de Cristo!

Allí está el Salvador,

Que muestra sus heridas y sus manos traspasadas;

¡Dios es amor! Lo sé, lo siento;

Jesús llora: Él me ama.

CARLOS WESLEY (1707-1788)

Precioso Señor Jesús, te he buscado en el mundo y, entre las cosas de este, en la naturaleza, pero te encontré en tu Palabra; por lo cual me regocijo. Amén.


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