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Por: J.C. Ryle

Fijémonos en las gloriosas promesas que nuestro Señor le hace a su Iglesia. Dice: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

El significado de esta promesa es que el poder de Satanás no destruirá nunca al pueblo de Cristo. Aquel que introdujo el pecado y la muerte en la primera creación, tentando a Eva, no podrá arruinar la nueva jamás eliminando a los creyentes. El cuerpo místico de Cristo no puede perecer, ni deteriorarse. Aunque muchas veces sea perseguido, afligido, atribulado y humillado, nunca se le podrá poner fin: sobrevivirá a la ira de faraones y emperadores romanos. Iglesias visibles, como la de Éfeso, quizá sean reducidas hasta la nada, pero la verdadera Iglesia nunca morirá. Como la zarza que vio Moisés, podrá arder, pero no se consumirá. Todos y cada uno de sus miembros serán llevados a salvo hasta la gloria. A pesar de las caídas, de los fracasos y de los defectos, y a pesar del mundo, de la carne y del diablo, ningún miembro de la verdadera Iglesia se podrá perder jamás (Juan 10:28).

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