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Por: Sugel Michelén

En la serie de exposiciones que ya casi finaliza sobre la carta a los Colosenses, recientemente consideramos Col. 4:2 donde Pablo exhorta a los hermanos de esta iglesia a perseverar en la oración.

La palabra “perseverancia” comunica la idea de permanecer haciendo algo a pesar de las dificultades que se presentan en el camino. De manera que el asunto no es orar en un momento dado, sino permanecer orando, aún cuando nuestra oración no parece estar haciendo ninguna diferencia (comp. Lc. 18:1-811:5-10 – en este pasaje debemos resaltar que nosotros no somos como el amigo que está fuera pidiendo un pedazo de pan, sino como los hijos que están acurrucados en cama con su Padre; así que no debemos disponernos a orar con la sensación de que estamos molestando a Dios con nuestra insistencia).

Sin embargo, el hecho de que Pablo nos exhorte a perseverar en la oración, de entrada nos enseña que la oración no es una especie de cajero automático que con sólo oprimir el código correcto al instante vamos a recibir la cantidad que marcamos en la pantalla.

Hay ocasiones en que Dios responde nuestra oración de forma instantánea  (como en el caso de Pedro cuando estaba en la cárcel y los hermanos estaban orando por él – Hch. 12), pero no siempre es así. De ahí la necesidad de perseverar en oración.

Ahora bien, ¿por qué Dios se dilata en ocasiones en responder nuestra oración? En su devocional de Colosenses, Sam Storm sugiere algunas razones:

En primer lugar, porque nosotros tenemos la tendencia a ser presuntuosos; creemos que Dios está obligado a darnos “siempre lo que pedimos, cuando lo pedimos, y en la forma precisa cómo lo pedimos”. Como si Dios fuera una especie de mozo celestial que debe estar atento a nuestra orden para actuar de inmediato.

Y una de las cosas que Dios usa para corregir esa distorsión en nosotros es dilatar Sus respuestas a nuestras oraciones. Esa dilación nos recuerda que cada vez que Dios responde nuestra oración lo hace de pura gracia. Todas Sus respuestas son una manifestación de Su bondad y de Su misericordia.

En segundo lugar, el hecho de tener que venir una y otra vez delante del trono de Dios en oración es algo que Dios usa en nuestras vidas para alimentar nuestro sentido de absoluta y total dependencia de Él. Constantemente somos tentados a sentirnos confiados en nuestras propias capacidades y experiencia, a creer que somos auto suficientes.

Como dice Sam Storm: “Si Dios respondiera cada una de nuestras oraciones de manera instantánea, gradualmente perderíamos nuestro sentido de urgencia… La mayoría de nosotros perdería pronto de vista el hecho de que Dios es nuestra única fuente de todo bien”.

En tercer lugar, la oración persistente nos pone en el estado de ánimo y de espíritu correctos para recibir aquello que Dios desea darnos. En otras palabras, el problema no es que Dios esté renuente a proveernos lo que realmente necesitamos, sino que muchas veces nosotros no estamos preparados para recibirlo.

Una de las formas más seguras de dañar a un niño es darle todo lo que quiera, en el momento en que lo quiera. Y nuestro Dios, que es un Padre bueno y sabio, en ocasiones dilata Sus respuestas, simplemente por el hecho de que nosotros no estamos preparados todavía para recibir lo que estamos pidiendo (comp. Mt. 7:7-11 – noten que en este texto no se enfatiza lo que Dios da a los que le pidan, sino lo que NO dará).

Tal vez algunos padres tendrían serios problemas con el orgullo si todos sus hijos fueran creyentes; otros tendrían problemas con la idolatría si Dios les diera en este momento un esposo o una esposa, o ese trabajo que tanto anhela, o incluso una mejor salud (comp. 2Cor. 12:7-9).

En cuarto lugar, la perseverancia en oración nos ayuda a purificar nuestras peticiones. El hecho de tener que venir una y otra vez delante del trono de Dios nos ayuda a diferenciar entre aquellas cosas que verdaderamente necesitamos de aquellas otras que son meros deseos egoístas (comp. Sant. 4:2).

Y de la misma manera nos ayuda a evaluar las motivaciones de nuestro corazón al pedir esas cosas. Dios conoce nuestras motivaciones y propósitos, pero muchas veces nosotros los desconocemos; y el mero hecho de tener que pensar y re pensar lo que estamos pidiendo nos ayuda a enfocar mejor nuestras peticiones.

En quinto lugar, la perseverancia en oración nos ayuda a cultivar la virtud de la paciencia. Al retener Su respuesta, Dios nos está enseñando a esperar pacientemente en Él.

Algunas personas piensan en la paciencia como una virtud pasiva; pero paradójicamente esperar en Dios requiere un gran esfuerzo de nuestra parte. Aprender a esperar en Él es una de las lecciones más difíciles de la vida cristiana, y una de las más cruciales, porque sin paciencia no se puede avanzar hacia la madurez cristiana (comp. Sant. 1:2-4; esa es la misma enseñanza de Rom. 5:3-5).

En sexto lugar, cuando Dios se dilata en responder no necesariamente nos está diciendo que no; tal vez Su respuesta es que esperemos un momento más propicio y oportuno. Dios conoce todas las variables y posibilidades, y Él responderá nuestra oración en el momento en que Su nombre sea más glorificado y nosotros seamos más bendecidos.

Y si ninguna de esas razones te hace sentido, y todavía sigues perplejo por la dilación de Dios en responderte, sigue perseverando en oración. Dios no nos pide que entendamos los misterios de Su providencia, sino que obedezcamos Sus mandamientos; y en este texto, y muchos otros del NT, nos ordena perseverar en oración.

Como dice el puritano W. Gurnall: “Dios no está obligado a responder de inmediato nuestra oración, pero nosotros sí estamos obligados a orar aunque Él no nos res­ponda”.

Y yo sé que esto genera en el creyente una tensión entre la persistencia en la oración y descansar con mansedumbre en Su voluntad soberana. John MacArthur dice al respecto que “este conflicto se resuelve mediante la persistencia y la aceptación final de la respuesta de Dios”.

Por eso es tan importante que el creyente confía, no sólo en el poder y la bondad de Dios, sino también en Su sabiduría. Él sabe cuándo responder que sí, cuándo responder que no, y cuándo responder que esperemos un poco más. Mientras tanto, nosotros debemos persistir en oración, confiando en que Él hará lo que es mejor en el mejor momento.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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