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Este artículo forma parte de la serie: «El cristiano con toda la armadura de Dios«

El cristiano con toda la armadura de Dios, es sin duda uno de los mayores de los escritos práctica de los puritanos. Sobre este libro, Charles Spurgeon escribió: “La obra de Gurnall no tiene igual y es valiosísima. Cada una de sus líneas está llena de sabiduría; cada frase es sugestiva. Esta “armadura completa” es por encima de todo, un libro de predicador. Tiendo a pensar que habrá sugerido más sermones que ningún otro volumen no inspirado. A menudo he recurrido a Él cuando mi propio fuego ha ardido bajo, y pocas veces he dejado de encontrar algún carbón encendido en el hogar de Gurnall”

Citas selectas:

  • Es una necedad que nos mordamos y devoremos unos a otros para diversión del diablo. Solemos confundir nuestro acaloramiento con el celo, cuando normalmente el conflicto entre cristianos es una nave infernal enviada por Satanás para deshacer la unidad y el orden. Unidos somos una armada invencible, y Satanás sabe que no puede hundirnos si no es mediante la discordia.
  • El fuego de la persecución nunca se apaga en los corazones de los malos, que siguen diciendo en secreto, como antes gritaban en el Coliseo: “¡Los cristianos a los leones!”.
  • El hereje difunde doctrinas corruptas y pervierte la fe de muchos, pero solo es un ministro de Satanás (2 Co. 11:15), el cuál le llama, le paga y le enseña sus artimañas.
  • Cuando ves a alguien que lucha fieramente contra las verdades o los siervos de Cristo, tenle compasión como al más miserable de la tierra. No temas su poder ni admires sus talentos. Es un emisario de Satanás. Los antiguos mártires los llamaban esclavos y carniceros del enemigo.
  • Cuando veas a hombres poderosos e inteligentes que utilizan sus talentos contra Dios, llora por sus almas. Mejor hubieran vivido y muerto esclavos y necios, en lugar de negociar para el diablo con sus capacidades divinamente otorgadas.
  • Cuando los malvados te reprochen y persigan, mira más allá: gasta tu ira en Satanás, tu enemigo principal. Los hombres solo son sus títeres. Pueden ser ganados para Cristo haciéndose así tus amigos al final.
  • “Cuando el enemigo se acerca en la batalla, el valiente no se enfada con el caballo, sino con el jinete. Actúa para matar al jinete y así poder utilizar su caballo. De este modo debemos hacer con los malvados: no hemos de dirigir nuestra ira contra ellos, sino contra Satanás, el jinete que los monta y los espolea. Oremos fervorosamente, como Cristo en la cruz, para que el diablo sea desmontado y estas desdichadas almas liberadas”. Anselmo
  • Podemos optar por hacer caso omiso de la soberanía de Dios, pero no se la podemos quitar.
  • El diablo es príncipe de este mundo, pero no por preferencia de Dios, sino con su permiso. Y Dios puede revocar ese permiso cuando él quiera.
  • Nadie dudará de la omnipotencia de Dios cuando le vean arrojar al poderoso dragón desde la tierra al Infierno como si fuera un mosquito. Igual que el hombre solo no puede con el diablo, el diablo con todos sus secuaces no puede con Dios.
  • No hay mayor prueba de la misericordia de Dios que su plan de redención. Todas las demás obras divinas fluyen majestuosas como ríos hacia este gran mar poderoso, en cuya orilla los santos se regocijarán. Ten esto por seguro: De no haber sido primeramente prisioneros de Satanás, no comprenderíamos ni apreciaríamos la liberación final.
  • Mira alrededor y verás cómo florece el imperio de Satanás a diestra y siniestra. Su gobierno abarca continentes y océanos; sus súbditos son como la arena del mar. Necesitamos estar seguros de que no nos contamos entre ellos, porque hasta en el territorio de Cristo (la Iglesia visible) Satanás ha introducido a sus súbditos.
  • Satanás no se enoja si te pones en el atrio de la Iglesia visible y aprendes el lenguaje de los cristianos. Cede esto sin perder nada. De hecho, a veces le sirve mejor un hipócrita que ofrece una muestra de piedad a la Iglesia reservando su corazón para el adversario.
  • Cristo y Satanás crean una dicotomía espiritual imposible de pasar por alto y que divide al mundo entero. Tú perteneces a un grupo, y solo uno. Cristo no admite rival, ni Satanás tampoco. Por tanto no puedes ponerte de parte de los dos. La prueba de la lealtad es muy sencilla: eres súbdito de aquel que lleva la corona en tu corazón; no de aquel a quien halagas con la lengua.
  • Por nacimiento eres súbdito de Satanás, al igual que todo el género humano. Por tanto, él no va a ceder su lugar en tu corazón de forma voluntaria, y ya sabes que no puedes resistir su poder con tus esfuerzos. Solo Cristo, por el Espíritu Santo, es capaz de traer un cambio de gobierno a tu corazón.
  • ¿Supones por un momento que una nación invasora puede derrocar a un gobierno sin que lo sepan los ciudadanos? ¿Puede ser un rey destronado para coronar a otro en tu alma sin que oigas ruido alguno? Al coronarse Cristo, la celebración jubilosa de su coronación resonará en todo tu ser. Cuando él llegue para arrebatarle tu alma a Satanás, lo sabrás. Debes decir, como el hombre que Jesús envió a lavarse en el estanque de Siloé: “Habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Jn. 9:25). ¿Puedes hacerlo?
  • No basta con ponerte a salvo y vitorear a otros cristianos. Tú también debes correr la carrera que tienes por delante. Si eres cristiano, perteneces a Dios y corres, no para ti mismo sino para él. Sus deseos deben anteponerse a los tuyos. Si los súbditos pudieran escoger dónde vivir, la mayoría escogería vivir en el palacio con el príncipe. Pero esto no suele ser lo mejor para su señor, de manera que quienes más le aman no solo se niegan de buen grado las delicadezas de la corte, sino que se presentan voluntarios para el servicio de fronteras, donde el enemigo es más fuerte. ¡Y agradecen al príncipe el honor de servirle!

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