Por: J.C. Ryle
¿Qué es, por último, lo que debemos entender cuando leemos las palabras: “Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”? ¿Quiere esto decir que el apóstol Pedro había de tener poder para perdonar los pecados y absolver a los pecadores? Semejante idea menoscaba el oficio especial de Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote. Nunca vemos a Pedro, ni a ningún otro de los apóstoles, ejercer este poder, ni una sola vez. Ellos mismos remiten siempre a los hombres a Cristo.
El auténtico significado de esta promesa parece ser que Pedro y sus compañeros, los Apóstoles, habían de recibir la comisión especial de enseñar con autoridad el camino de la salvación. Igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento declaraban autoritativamente quién se había limpiado de la lepra, los Apóstoles fueron comisionados para “declarar y pronunciar” autoritativamente a quién se le habían perdonado sus pecados. Además de esto, recibirían una inspiración especial para disponer reglas y normas para orientar a la Iglesia en cuestiones disputables. Algunas cosas las tendrían que “atar”, o prohibir; otras las tendrían que “desatar”, o permitir. La decisión tomada en el Concilio de Jerusalén, de que los gentiles no tenían que ser circuncidados, fue un ejemplo del ejercicio de tal poder (Hechos 15:19). Pero esta comisión estaba limitada únicamente a los Apóstoles. Al terminar su ejercicio no tenían sucesores. Con ellos comenzó, y con ellos acabó.
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