Por: John MacArthur.
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. MATEO 6.24
Nuestro Señor enseñó más acerca de la mayordomía (uno de cada diez versículos de los Evangelios) que del cielo y el infierno juntos. Toda la Biblia contiene más de dos mil referencias a la riqueza y a la propiedad, el doble de las referencias totales a la fe y a la oración.
Lo que hacemos con las cosas que Dios nos ha dado es muy importante para Él. El dinero en sí no es ni bueno ni malo; es moralmente neutral. Sin embargo, el dinero es una medida exacta de la moralidad. Una mirada sobre su talonario de cheques o su tarjeta de crédito fácilmente revelará dónde va su dinero.
Y en qué gasta su dinero determina dónde está su corazón y cuáles son las prioridades de su vida (Mateo 6.20–21). Alguien que ve el patrón de sus gastos puede distinguir bastante bien el sentido moral de su vida.
Contrariamente, al hecho de que el dinero es amoral, la sabiduría convencional durante siglos ha creído que el dinero es corrupto en sí mismo. Pero esto va en contra de la experiencia normal y la buena lógica.
Ciertamente, hay gente rica corrupta que manifiesta su corrupción mediante el mal uso de su riqueza, pero también hay ricos justos que demuestran su justicia por la manera piadosa en que invierten su riqueza. Del mismo modo, entre las filas de los pobres siempre han existido los que son corruptos y los que son justos.
Por lo tanto, el dinero no es necesariamente corrupto. Pero el uso del mismo revela la corrupción inherente de las personas. El dinero no es el problema esencial, es simplemente un indicador del verdadero problema, que es un corazón pecaminoso.
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