Por: William Spurstowe*
Este artículo forma parte de la serie «Día a día con los puritanos»
Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. (2 Pedro 1:4)
Meditad muy atenta y frecuentemente las promesas y […] consideradlas como hizo la virgen María con las cosas que se decían acerca de Cristo: «María atesoraba todas estas palabras, meditándolas en su corazón» (Lucas 2:19).
La abeja no da dulzura a la flor, pero con su diligencia succiona la miel latente. La meditación no imparte nada de valor a la promesa, pero extrae de ella dulzura y descubre belleza, que de otro modo sería poco elaborada y percibida.
A veces pienso que el creyente contempla una promesa del mismo modo que una persona contempla el cielo en una noche oscura y serena. A primera vista ve, felizmente, una o dos estrellas, y con dificultad distingue una tenue luz que pronto se desvanece; pero cuando levanta gradualmente la mirada hacia el cielo, su número y su brillo aumentan. Momentos después, vuelve a mirar al cielo, y todo el firmamento, de un lado a otro, está lleno de una multitud infinita de estrellas y ricamente decorado con un gran número de botones de oro. Del mismo modo, cuando los cristianos dirigen por primera vez su pensamiento a las promesas, las apariencias de luz y consuelo que de ellas resplandecen parecen casi siempre como rayos débiles e imperfectos que no dispersan ni el temor ni las tinieblas; cuando vuelven a ponerse a pensar en ellas con más cuidado y diligencia, las evidencias y el consuelo que transmiten al alma son más claros y nítidos. Y cuando el corazón y los afectos se concentran enteramente en la meditación de una promesa, ¡ah, la promesa es como un espejo brillante para los ojos de la fe! ¡Qué legiones de bellezas aparecen entonces por todas partes, que extasían y llenan de gran deleite el alma del cristiano! […]
Una promesa sobre la que se reflexiona y medita detenidamente es como un trozo de carne bien masticado y digerido, que da más nutrientes y fuerza al cuerpo que grandes cantidades cuando se toma entero.
*William Spurstowe fue un clérigo, teólogo y miembro de la Asamblea de Westminster
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