Por: John MacArthur.
Este artículo forma parte de la serie: La Gloria del Cielo
EL DORMIR DE LAS ALMAS. Hay muchas personas que creen que las almas de los creyentes muertos permanecen inconscientes hasta el día de la resurrección. Esta idea se encuentra en algunos escritos no canónicos de la iglesia primitiva. Sus defensores actuales más conocidos son los adventistas del séptimo día. Argumentan que la palabra «dormir» se emplea a menudo en la Biblia como sinónimo de muerte. Por ejemplo, Jesús le dijo a los discípulos: «Nuestro amigo Lázaro duerme; más voy para despertarle (Jn. 11:11). Por su parte, Pablo describió a los muertos en Cristo como los que durmieron en él (1 Ts. 4:14).
Sin embargo, dormirse en este sentido se refiere al cuerpo, no al alma. Mateo menciona en su relato de la resurrección un gran terremoto en el que «se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de los santos que habían dormido, se levantaron (Mt. 27:52). Así, al morir, lo «duermes es el cuerpo, no el alma. El cuerpo, desde que muere, reposa totalmente inconsciente y ajeno a cualquier sensación, a la espera de ser recobrado y resucitado a la perfección eterna que le ha de unir a un alma que ya se encuentra en el cielo. Pero el alma entra en la presencia misma del Señor. Pablo lo afirma una y otra vez en los versículos s que he citado hace un momento al manifestar su deseo de estar ausente del cuerpo para poder estar presente al Señor» (2 Co. 5:8; Fil. 1:23).
Las almas de los fallecidos reposan al morir, pero se trata de un reposo sin sufrimientos y contiendas, no de un reposo inconsciente. Al apóstol Juan se le mandó que escribiese: «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos (Ap. 14:13). Queda claro, sin embargo, que Juan no está describiendo un «descanso» sumido en un sueño inconsciente, ya que en la misma escena fue testigo de cómo las almas de los redimidos que estaban allí cantaban y alababan activamente a Dios (vv. 1-4).
Todo lo mencionado en las Escrituras acerca de la muerte de los creyentes indica que son conducidos inmediatamente a la presencia del Señor. En palabras de la Declaración de fe de Westminster: «Los cuerpos de los hombres tras la muerte regresan al polvo y se corrompen; las almas, empero, (que ni mueren ni duermen,) teniendo inmaterial existencia regresan inmediatamente al Dios que las formó. Entonces, las almas de los justos, hechas perfectas en santidad, son recibidas en el más alto de los cielos, donde contemplan la faz de Dios en gloria y luz, aguardando la total redención de sus cuerpos (32.1).
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Extracto del libro «La Gloria del cielo» escrito por John MacArthur.