Por: Thomas Watson (c. 1620-1686)
La meditación es un deber en el que reside el corazón y la sangre vital de la religión… Meditar puede describirse así: Es un ejercicio santo de la mente, por el cual traemos a la memoria las verdades de Dios, reflexionamos seriamente sobre ellas y nos las aplicamos a nosotros mismos… Tenemos que impulsarnos a cumplir este deber porque:
La meditación es lo opuesto a la carne y la sangre. Por naturaleza, despreciamos la meditación santa. Podemos meditar sobre cosas mundanas y seculares todo el día sin distraernos, pero ¡qué difícil nos resulta tener nuestros pensamientos fijos en Dios! ¿Cómo lucha nuestro corazón con este deber? ¿Con qué pretextos y excusas lo evadimos?…
Satanás hace lo que puede para obstaculizar este deber. Es un enemigo de la meditación. Al diablo no le importa lo mucho que oigamos ni cuán poco meditamos. Oír engendra conocimiento, pero la meditación engendra devoción. La meditación da equilibrio al corazón y lo hace serio, y Satanás trabaja para impedir que el corazón sea serio. Entonces, ¡cuánta necesidad hay de que nos forcemos a cumplir este deber! Pero creo oír que algunos dicen que cuando se sienten solos, no saben sobre qué meditar, por lo tanto, sugiero algunos temas de meditación.
1. Medite seriamente en la corrupción de su naturaleza. Hemos perdido ese marco del alma, puro y por excelencia, que una vez tuvimos. En nosotros, hay un mar de pecado. Nuestra naturaleza es el origen y la escuela de toda impiedad como el lienzo de Pedro, en el que había toda clase de “cuadrúpedos terrestres y reptiles” (Hch. 10:12).
Este pecado se nos pega como la lepra. Esta contaminación original nos hace culpables ante el Señor y, aunque nunca cometamos pecado de hecho, merecemos el infierno. Meditar sobre esto sería un buen medio para derribar nuestro orgullo…
2. Medite seriamente sobre la muerte y pasión de Cristo. Su alma estaba cubierta de un nubarrón de dolor cuando enfrentaba la ira de su Padre y, todo eso, nos correspondía sufrir a nosotros: “Él herido fue por nuestras rebeliones” (Is. 53:5)… (1) Meditar seriamente sobre esto, produce arrepentimiento. ¿Cómo podríamos ver al “que hemos traspasado” y no lamentarnos por Él? Cuando consideramos cuánto le costaron a Cristo nuestros queridos pecados, ¡cómo deberíamos derramar la sangre de nuestros pecados que derramaron la sangre de Cristo! (2) Meditar sobre la muerte de Cristo enciende nuestro corazón de amor por Él. ¿A qué amigo amar, si no a Aquel que murió por nosotros? Su amor por nosotros lo llevó a ser cruel con Él mismo. Como le dijo Rebeca a Jacob: “Sea sobre mí tu maldición” (Gn. 27:13), dijo Cristo: “Sea sobre mí tu maldición” [para que] los pobres pecadores puedan heredar la bendición.
3. Medite sobre sus evidencias [de que irá] al cielo. Si muriera esta noche, ¿qué evidencias tendría para presentar al cielo? (1) ¿Hubo un momento cuando su corazón se convenció plenamente de pecado? ¿Se vio alguna vez perdido sin Cristo? La convicción es el primer paso a la conversión (Jn. 7:16). (2) ¿Le ha dado Dios alguna vez, la disposición de aceptar a Cristo en los términos establecidos por Él? “Se sentará y dominará en su trono” (Zac. 6:13). ¿Está usted dispuesto a que Cristo domine en el trono de su corazón para interceder como sacerdote? ¿Está dispuesto a renunciar a esos pecados a los cuales su corazón se inclina naturalmente?… ¿Está dispuesto a aceptar a Cristo para bien o para mal, tomar su cruz y reconocerlo como Señor en los momentos difíciles de su vida? (3) ¿Tiene usted la presencia del Espíritu? Si la tiene, ¿qué ha hecho en usted el Espíritu de Dios? ¿Le ha hecho de otro espíritu: Manso, misericordioso y humilde? ¿Es un Espíritu transformador? ¿Ha dejado en usted una impresión de su propia santidad? Estas son buenas evidencias para el cielo. Por estas, como con una piedra de toque espiritual, puede saber si tiene la gracia o no…
4. Medite sobre lo incierto de todas las comodidades terrenales. Los deleites terrenales tienen su flujo y reflujo. ¿Cuántas veces, el brillo de la pompa y la grandeza mundanal se reducen al mediodía de la vida?… Decimos que todo es mutable, pero ¿quién medita en ello?… ¿En qué se ha convertido la gloria de Atenas y el esplendor de Troya? “El mundo pasa” (1 Jn. 2:17). Pasa como un barco a toda vela… No se puede confiar en nada: La buena salud puede convertirse en enfermedad, los amigos pueden morir, las riquezas pueden tomar alas… La meditación seria sobre esto: (1) Impediría que el mundo nos engañara tanto.
Esperamos establecer nuestro reposo aquí: “Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas” (Sal. 49:11).
Tendemos a pensar que nuestra montaña permanecerá siempre fuerte. Soñamos con una eternidad terrenal. ¡Ay! Si meditáramos sobre lo fortuitas e inciertas que son estas cosas, no nos engañaríamos tan a menudo. ¿No hemos sufrido grandes desilusiones y, donde pensamos saborear miel, hemos bebido ajenjo? (2) Nuestra meditación sobre lo incierto de todas las cosas bajo el sol, moderaría mucho nuestros afectos por ellas. ¿Por qué habríamos de buscar con tanto afán lo que nos causa incertidumbre? Muchos se preocupan de tener una gran propiedad, [pero] es incierto si la conservarán. El fuego puede irrumpir por donde no puede el ladrón… atesoran para un hijo, pero ese hijo puede morir o, si vive, puede resultar una carga… (3) La meditación sobre esta incertidumbre nos haría procurar obtener una certeza, es decir, la obtención de la gracia… La gracia es una flor de eternidad. La muerte no destruye la gracia, sino que la trasplanta y la hace crecer en una tierra más fértil. El que disfruta de verdadera santidad, no puede perderla, así como no la pierden los ángeles, los cuales son estrellas inamovibles en gloria.
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*Thomas Watson. Predicador Puritano inglés, del que se ignora su genealogía y la fecha de su nacimiento. Estudió con ahínco en el Emmanuel College de la Universidad de Cambridge, llamada la “Escuela de los Santos”, porque allí recibió su educación universitaria un número elevado de los llamados Puritanos, o teólogos evangélicos reformados del siglo XVII
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