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Por: Juan Calvino.

Este artículo forma parte de la serie: 365 días con Juan Calvino.

Y habló Jehová a Moisés aquel mismo día, diciendo: Sube a este monte de Abarim, al monte Nebo, situado en la tierra de Moab que está frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que yo doy por heredad a los hijos de Israel; y muere en el monte al cual subes, y sé unido a tu pueblo, como murió Aarón tu hermano en el monte Hor, y fue unido a su pueblo Deuteronomio 32:48-50

LECTURA ADICIONAL RECOMENDADA: Filipenses 1:20-24

Rehuimos la muerte instintivamente; nadie se apresura hacia ella por voluntad propia. Moisés, pues, no se habría dirigido al sepulcro voluntariamente de no haber sido porque tenía su esperanza depositada en una futura vida mejor.

Aunque nuestros sentidos carnales sean remisos a la muerte, que nuestra fe nos ayude a derrotar todos sus terrores puesto que, tal como enseña Pablo, aun a pesar de que los hijos de Dios no desean ser «desnudados», sí que quieren ser «revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida (2 Co. 5:4). Aun tomando eso en cuenta, la obediencia de Moisés fue extraordinaria; se preparó para la muerte con la misma disposición que si hubiera sido invitado a un banquete de celebración. Él y otros hombres santos se consagraron de tal forma a Dios que estaban dispuestos a vivir o morir tal como él dispusiera.

Advirtamos el consuelo al que se hace referencia aquí: el dolor de su muerte quedó mitigado por el permiso que Dios le dio de contemplar la tierra de Canaán. Fue por esto por lo que se ordenó a Moisés que ascendiera a la cumbre de la montaña. Aunque Moisés se habría dado por satisfecho con la mera promesa de Dios y hasta con la privación de esta bendición, puede que no le hubiera alegrado más la idea de dejar a su pueblo a las puertas de su heredad. La fe no dispensa a los hijos de Dios de tener sentimientos humanos, pero, en su indulgencia, nuestro Padre celestial se compadece de su debilidad. Así, aunque Moisés se sintiera apenado por no poder acceder a la tierra prometida, disfrutó de un oportuno antídoto, de tal forma que aquella privación no se convirtiera en un obstáculo en su camino.

MEDITACIÓN: Escribe Isaac Watts: «Si pudiéramos subir donde Moisés estuvo / Y ver sobre todo el paisaje. / Ni los arroyos del Jordán, ni la fría inundación mortal / Nos espantarían de esta orilla».

ARTÍCULO RECOMENDADO: Ver la mano de Dios – Juan Calvino

*Juan Calvino (1509-1564) fue un reformador francés, pastor y teólogo, considerado entre los más grandes reformadores protestantes, lea más de su biografía en este enlace.

Tomado de «365 días con Juan Calvino«, lecturas seleccionadas y editadas por Joel Beeke, puedes adquirirlo en este enlace. Foto de Bibhash (Knapsnack.life) Banerjee en Unsplash



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Un comentario en «Una tierra de puro deleite – Juan Calvino»

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