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Por: George Whitefield

Este artículo forma parte de la serie: 365 días con George Whitefield

El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, mostraré la salvación de Dios. Salmo 50:23

Cuando Dios puso al primer hombre en el paraíso, es indudable que este rebosaba de tal conciencia de las riquezas del amor divino que dedicaba continuamente su aliento vital, que el Todopoderoso le acababa de infundir, a bendecir y exaltar a ese infinitamente generoso y misericordioso Dios en quien vivía, se movía y tenía su ser.

Y la mejor idea que podemos formarnos de la jerarquía angélica de lo alto, así como de los espíritus de los justos que acaban de ser perfeccionados, es que rodean continuamente el trono de Dios y claman incesantemente, noche y día: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5:12).

Aquello que era la perfección del hombre en el comienzo de los tiempos, y que será su dedicación cuando la muerte haya quedado derrotada y el tiempo ya no exista, es indiscutiblemente parte de nuestra perfección, y debiera ser nuestra práctica habitual en este mundo. No dudo que esos benditos espíritus, enviados a ministrar a quienes serán herederos de la salvación, se admiran con frecuencia al acampar a nuestro alrededor y ver nuestros corazones tan escasamente henchidos, y nuestros labios tan infrecuentemente abiertos, para manifestar el bondadoso amor del Señor o cantar sus alabanzas.

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*George Whitefield(1714 – 1770)Ministro de la Iglesia de Inglaterra, evangelista en el Gran Despertar, uno de los fundadores del metodismo, nacido en Gloucester, Inglaterra. Lea más de su biografía en este enlace.

Tomado de «365 días con George Whitefield«, lecturas seleccionadas y editadas por Randall J. Pederson, puedes adquirirlo en este enlace.



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