Por: Nancy Leigh DeMoss
Este artículo forma parte del devocional «Un lugar apacible«
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él (Col. 3:17).
¿QUÉ LUGAR OCUPA LA GRATITUD en tu lista de virtudes cristianas? En un arsenal que debería incluir cosas como una fe que mueve montañas, obediencia radical, paciente tolerancia y sacrificio abnegado, la gratitud podría parecernos un agregado opcional. Estupendo, si la tienes; pero no es tan decisivo para el desarrollo normal de la vida.
Y, sin embargo, este asunto de la gratitud es mucho más importante que lo que su frívola reputación sugeriría. Lo que al principio parece ser simplemente un accesorio —una pieza decorativa— es, en
realidad, un componente de tu vida cristiana mucho más importante, mucho más poderoso, mucho más necesario.
Por ejemplo, trata de persistir en la fe —sin gratitud— y, tarde o temprano, tu fe olvidará el verdadero sentido de su fidelidad, hasta fraguarse en una práctica de la religión, que es infructuosa y
hueca.
Trata de ser una persona que irradie y muestre amor cristiano —sin gratitud— y, con el tiempo, tu amor se estrellará contra las afiladas rocas de la decepción y la desilusión.
Trata de ser una persona de entrega abnegada —sin acompañar con gratitud esa ofrenda— y verás que cada pizca de gozo se escurrirá entre las grietas de un complejo de mártir.
La verdadera gratitud no es un ingrediente adicional. Tampoco es un producto autónomo, algo que en realidad nunca interviene en la vida real, que niega la realidad, como si viviera sola en una pequeña isla feliz. No, la gratitud tiene una gran misión que cumplir en nosotros y en nuestro corazón. Es una de las maneras principales en que Dios infunde gozo y optimismo en las dificultades de la vida diaria.
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