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Por: John MacArthur.

Este artículo forma parte de la serie «Jesús: preguntas y respuestas»

Así como con la circuncisión y la purificación, José y María estaban obedeciendo la ley del Antiguo Testamento cuando presentaron a su Hijo a Dios: “Me darás el primogénito de tus hijos” (Éx. 22:29; también 13:2, 12, 15; Nm. 8:17). Para ellos no era obligatorio ir al templo a presentar a Jesús. Sin embargo, en el espíritu de cómo Ana llevó a Samuel al Señor (1 S. 1:24-28), José y María fueron más allá del deber normal y llevaron al Hijo de Dios al templo. Ellos sabían que el niño era muy especial y, que Él, de entre todos los niños, ya pertenecía al Señor. Por su acción, los padres de Jesús, en efecto, estaban diciendo: “Dedicamos este niño a ti, Dios. Ya es tuyo, por lo tanto, haz tu voluntad en su vida y así Él te sirva, honre y glorifique”.

Esa presentación especial no significaba, sin embargo, que José y María dedicaran a Jesús al sacerdocio levítico. Ellos eran de la tribu de Judá y, por lo tanto, como todas las familias no levíticas y de acuerdo con la ley, necesitaban redimir a su Hijo de toda responsabilidad sacerdotal pagando cinco siclos de plata (Nm. 18:15-16). Eso habría sido equivalente a muchos días de salario, una cantidad muy difícil de pagar para una pareja de la clase trabajadora como José y María. Pero Dios se aseguró de que tuvieran las monedas necesarias.

Que Jesús el Redentor fuera ceremonialmente redimido es una interesante ironía y una realidad escritural importante. Así como su previa circuncisión y su posterior bautismo, Jesús no necesitaba pasar por ningún tipo de redención. Él era el Hijo de Dios sin pecado; no necesitaba ser limpiado de pecado o redimido de la condenación. Pero fue circuncidado, bautizado y “redimido” como parte de su presentación a Dios, porque tenía que obedecer la letra de la ley para cumplir toda justicia en nuestro favor.

Tomado del libro «Jesús: preguntas y respuestas» de John MacArthur.



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