Por: Miguel Núñez
Este artículo forma parte de fragmentos del libro «Hasta que ruja el León«
5. Cualquiera puede ser tentado y caer.
Es evidente a lo largo de todas las Escrituras que cualquiera puede ser tentado y caer. Adán y Eva, sin tener una naturaleza pecadora como nosotros la tenemos, fueron seducidos por la tentación y pecaron contra el Creador. El rey David, aun siendo un hombre conforme al corazón de Dios, fue tentado y cayó. Por eso, el apóstol Pablo disciplinaba su cuerpo para hacerlo su esclavo, pues sabía muy bien que aquellos que creen estar firmes deben tener mucho cuidado, no sea que caigan (1 Co 10:12).
Lamentablemente, algunos piensan que es todo lo contrario, que mientras más firmes estamos en nuestro caminar con el Señor, mientras más conocimiento teológico hemos adquirido, mientras más experiencia ministerial tenemos y mientras más dones espirituales tenemos, menos probabilidad hay de caer. Pudiera ser así; pero no siempre es el caso. Es precisamente cuando nos creemos invencibles que más vulnerables somos la tentación.
Cualquiera de nosotros puede ser tentado, por ende, cualquiera de nosotros puede tropezar y caer. Lo único que nos protege contra los tropiezos y las caídas es una vida disciplinada, cercana a Dios, y completamente llena y dependiente del Espíritu Santo.
6. Resistir la tentación requiere el poder de Dios y no el poder de nuestra carne.
La mayoría de los creyentes están familiarizados con la respuesta que el apóstol Pablo recibió de parte de Dios cuando le rogó repetidas veces que removiera el aguijón en su carne que, según él, le fue dado para que no se enalteciera dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones que había recibido (2 Co 12:7). Leamos a continuación la respuesta de Dios y prestemos atención a la actitud de Pablo al escuchar la respuesta a su petición: “Y Él me ha dicho: «Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí” (2 Co 12:9).
Son innumerables las veces que este versículo ha sido recitado de memoria en las aulas de la escuela dominical; las veces que se ha proclamado y enseñado desde el púlpito; las veces incluso que se le ha puesto melodía a la gran verdad que este pasaje bíblico contiene. Sin embargo, en la práctica, los hijos de Dios constantemente se empeñan en vencer la tentación en sus propias fuerzas, olvidándose del poder de Dios que a todos nos ha sido dado por medio de Su Espíritu. Por eso tantos tropiezos, por eso tantas caídas, porque separados de Él, nada podemos hacer (Jn 15:5). El fruto del Espíritu en Gálatas 5:22-23 trabaja en conjunto con la armadura de Dios.
7. El permitir la tentación es parte del proceso de crecimiento.
Si Dios permite la tentación es porque esta tiene un propósito provechoso para nosotros. El permitir la tentación es parte del proceso de crecimiento del creyente, ya que por medio de ella, nuestra fe es fortalecida y nuestro carácter es santificado.
Dios pudiera remover la tentación de nuestras vidas o simplemente impedir que seamos tentados, pero no lo hace porque al final del camino, las pruebas y las tentaciones son instrumentos de santificación usados por Dios para moldear nuestro carácter y formar en nosotros la imagen de Cristo. Por esta razón, Santiago dice en su carta: “Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte”. (Stg 1:2-4)
En pocas palabras, si disciplinamos nuestra carne, si establecemos los límites necesarios de manera que no seamos llevados ni seducidos por nuestras propias pasiones, si huimos de la tentación y la resistimos en el poder del Espíritu, Dios usará esa experiencia para producir en nosotros un buen resultado: ser perfectos y completos en Él, sin que nos falte nada.
8. La tentación puede ser más fuerte que la debilidad de nuestra carne, pero no más fuerte que el Señor.
No hay duda de que en nuestras propias fuerzas somos incapaces de resistir la tentación, porque nuestra naturaleza carnal tiende a desear más las cosas de este mundo que a Dios. Por eso decíamos que ante la tentación nuestra mejor opción siempre será correr hacia Dios. El autor del libro de Proverbios nos motiva a refugiarnos en Dios y descansar en Su poder cuando dice: “Porque el SEÑOR será tu confianza, y guardará tu pie de ser apresado” (Pr 3:26). Ciertamente, la tentación tiene poder sobre la debilidad de nuestra carne, pero el Espíritu de Dios que mora en nosotros es más poderoso que la tentación que nos asedia (1 Jn 4:4).
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No lo olvide, Dios está dispuesto a socorrernos, pero debemos acudir a Él en busca de auxilio. Si, por el contrario, tratamos de luchar contra la tentación basados en nuestra propia prudencia y contando con nuestras propias fuerzas, sin duda tropezaremos y caeremos vencidos ante la tentación.
Fragmentos tomados del libro “Hasta que ruja el León” del pastor Miguel Núñez
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Que tremendo la explicación