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Por: Natalie Mariel Castillo Franco*

El vestido blanco se empacó, todos los adornos fueron devueltos, las flores ya se marchitaron y solo quedamos, Él y yo.  Juntos, hemos decidido construir un hogar, decir sí acepto a permanecer juntos aunque nuestras manos estén arrugadas y las fuerzas se agoten.  A caminar juntos, en los buenos tiempos y en medio de las aflicciones, a buscar del Señor con fidelidad para que El dirija nuestros pasos.

Todas estas verdades son dulces desde el día que con tanta ilusión las pronunciamos y nos comprometimos de mente, corazón y físicamente a unirnos. Sin embargo, pasarán los días, los meses, los años y existe la posibilidad de que la ilusión con la que hemos hablado en aquel día ya no este, el compromiso se debilite y se vea opacado por nuestras debilidades y nuestro corazón inclinado a pecar.

La alarma despertadora suena, es tiempo de comenzar con las responsabilidades del día (la casa, el trabajo, la familia). Algunos días nos despertamos en esa montaña rusa, sintiéndonos que vamos en picada. Con tantas responsabilidades, aun tienes que cumplir el pacto, amar a este hombre, tu esposo, incondicionalmente y sacrificialmente aunque por momentos solo quieras un pequeño descanso o quizás no recibas el trato esperado.

El matrimonio es para toda la vida. Para muchos es un pedacito de cielo en la tierra y  para otros una pesadilla a la cual están atados por compromiso. Sea dulce o gris tu experiencia, todos en nuestros mejores días de matrimonio y en aquellos de mayor aflicción, necesitaremos de la gracia de Dios para sostenernos. Es allí, donde particularmente, nos hemos atado a recordar lo que Dios en su bondad nos permitió escuchar en nuestros últimos días de noviazgo. Esos consejos que nos prepararon para esta etapa y los que muchas veces con el pasar de los días olvidamos, sobreponiendo nuestros pensamientos y deseos a los principios bíblicos dados por Dios para el matrimonio.  Es por esto, que es vital la presencia de Dios en medio de nuestro matrimonio. Sin Él, nuestras luchas, fallas y tropiezos no tomarían la perspectiva correcta.

“Más valen dos que uno solo… Porque si uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero. Y si alguien puede prevalecer contra el que está solo, dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente.” Eclesiastés 4:9-10

Hoy te comparto 10 consejos extraídos en resumen del libro “¿Qué estás esperando?” de Paul David Tripp:

  1. Las dificultades en tu matrimonio no son una evidencia del fracaso de la gracia. No, estos problemas son gracia. Ellos son la herramienta que Dios usa para sacarnos de los entorpecedores confines del reino del yo, para que seamos libres para disfrutar las glorias celestiales del reino de Dios.
  2. Nunca entenderemos el matrimonio ni estaremos satisfechos hasta que entendamos que el matrimonio no es un fin en sí mismo. La realidad es que el matrimonio ha sido diseñado por Dios como un medio para un fin. Es cuando el esposo y la esposa viven intencional y gozosamente apegados a los planes y a los propósitos del Señor, que su matrimonio puede realmente ser un lugar de unidad, entendimiento y amor. Libres de agotadoras ansiedades por satisfacer la agenda de los deseos, necesidades y sentimientos del ego. Ahora pueden descansar en la bondad de Dios y amarse y servirse uno al otro.
  3. La reconciliación en tu matrimonio comienza cuando tú te reconcilias con Dios. Puedes orar: “Vénganos tu Reino, hágase tu voluntad justo aquí y ahora en este matrimonio, como se hace en el cielo.”
  4. La profundización del amor en un matrimonio ocurre por lo que hacemos diariamente, sin esperar nada a cambio (lo que pensamos, decimos, hacemos).
  5. Invierte en la amistad íntima en tu matrimonio. Peleamos, nos quejamos, demandamos y desaprovechamos las oportunidades para animar a nuestra pareja, y orar por él aún por estas debilidades que nos hieren. Dios es el que transforma el corazón de nuestros esposos, no nosotras.
  6. Comprometámonos a un estilo de vida de confesión y perdón. Es solo cuando hacemos de este un patrón diario de confesión, unidos a la voluntad de perdonar rápida y completamente, que un matrimonio puede exceder nuestras limitadas expectativas.
  7. El amor es el sacrificio voluntario por el bien de la otra persona. Es motivado por los intereses y necesidades del otro. Aunque sientas que la persona amada no lo merezca. Miremos el ejemplo de Cristo, dispuesto a ir a la cruz, murió por nuestro pecados precisamente porque no había nada en nosotros que pudiésemos hacer para ganar o merecer ese amor. Pregúntate: ¿Es mi motivación amar a mi esposo o el amor a mí misma?
  8. El amor lucha activamente contra la tentación de criticar y enjuiciar mientras buscas maneras de motivar y halagar a tu esposo. Es cuando afirmamos nuestra necesidad de la gracia y celebramos lo que se nos ha dado, que nos deleitamos en darle gracias a la persona con la que vivimos.
  9. El amor es un compromiso a decir NO a los instintos egoístas y a hacer todo los que puedas por promover una unidad verdadera, un entendimiento funcional y un amor activo en tu matrimonio. Comunícale a tu esposo en el momento apropiado, con amor, respeto y gracia lo que sientes, sin darle rienda suelta al enojo.
  10. Permanece fiel a tu compromiso de tratar a tu esposo con respeto, aprecio y gracia, aun en los momentos cuando parece que no lo merece. Esto significa que el pecado, las debilidades y fallas de tu esposo serán para ti una experiencia diaria. Persevera en los tiempos difíciles. Dios es y siempre será tu proveedor y sustentador en todas tus necesidades.

No dejes que el remordimiento te paralice o los errores del pasado te roben la esperanza del futuro. Ciertamente por nosotras mismas no tenemos lo que necesitamos pero Dios está con nosotras, por nosotras y en nosotras. Camina con esperanza y aliento, sabiendo que la gracia de Dios te ayudará a estar dispuesta a amar a tu esposo a la manera de Dios.

Artículo de Aviva Nuestros Corazones. Usado con persmiso

*Natalie Mariel Castillo Franco. Casada con Jordano y juntos están comprometidos a vivir un matrimonio a la manera de Dios. 


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