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Por: A. W. Tozer

Este artículo forma parte de la serie «Mi búsqueda diaria«

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. DEUTERONOMIO 6:4-5

A John Fletcher, contemporáneo de John Wesley, lo llamaban el Terrible Fletcher por su entusiasta pasión por Dios. Una pasión que no podía fabricarse porque provenía del corazón de Dios mismo. Fletcher solía arrodillarse en el piso de su pequeño cuarto. Cuando llegó al final de su vida y partió para estar con Dios, encontraron que sus rodillas habían dejado una concavidad sobre las tablas del piso donde desgastaron la madera. También hallaron que la pared del cuarto estaba manchada por su aliento mientras esperaba en Dios y le adoraba en la belleza de la santidad.

De eso se trata la adoración. «Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y con todas tus fuerzas… Eso solo puede significar una cosa, que es adorar a Dios con todo el ser. Nunca digo que «adoro» a alguien, como suelen decir algunos: «La adoro» o «La adoro».

La adoración en mi caso está reservada para el único que la merece. Ante ninguna otra presencia puedo arrodillarme con temor reverencial, maravilla, anhelo, sintiéndome tan posesivo como para decir: «¡Mio, mío!»>

Santo Dios, alabamos tu nombre;

Señor de todas las cosas, nos inclinamos ante

Toda la tierra obedece a tu cetro;

Todo el cielo te adora. Infinito es tu vasto dominio

Y eterno es tu reino.

IGNAZ FRANZ (1719-1790)

Oh Dios, te adoro en la belleza de la santidad. No la mía, sino tu santidad, tal como me la revela el Señor Jesucristo. Amén.

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