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Por: J. C. Ryle

Lucas 1:18 : 18 Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada. 19 Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas. 20 Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.

¡Aquí tenemos un impactante ejemplo del poder de la incredulidad incluso en un buen hombre! A pesar de ser justo y santo, a Zacarías le parecía increíble el anuncio del ángel.

Un judío bien instruido como Zacarías no debería haber realizado esta pregunta. Sin duda estaba familiarizado con el Antiguo Testamento. Debería haber recordado los maravillosos nacimientos que se registran ahí (Génesis 18:11-14, 21:1-3, Jueces 13:2-3, 1 Samuel 1:5, 20). Y lo que Dios había hecho una vez, podía volver a hacerlo. Nade es imposible con Él. Pero Zacarías olvidó todo esto. No pensó en nada sino en los argumentos de la simple razón y sentido humanos. A veces en asuntos de religión sucede que, cuando comienza la razón, la fe termina.

¡Cuán grave es este pecado de la incredulidad a ojos de Dios! (v. 20). Las dudas y el cuestionamiento de Zacarías le acarrearon una severa disciplina, ajustada a su ofensa de manera particular. La lengua que no estaba dispuesta a hablar el lenguaje de la fe y la alabanza fue silenciada. Durante nueve largos meses al menos, Zacarías fue condenado al silencio, y diariamente esto le recordaba que su incredulidad había ofendido a Dios.

Hay pocos pecados que parezcan provocar a Dios de forma tan particular como el de la incredulidad. Cuando Dios se dispone a hacer algo, dudar de que pueda hacerlo es una negación práctica de su todopoderoso poder. Dudar de si Dios de verdad hará algo cuando ha prometido claramente que será hecho, es asociarlo con la mentira.

Vigilemos y oremos diariamente contra este pecado que arruina el alma. El hacerle concesiones roba a los creyentes de su paz interior, debilita sus manos en el día de la batalla, y nubla sus elevadas esperanzas. La incredulidad es la verdadera causa de mil enfermedades espirituales. En todo lo que respecta al perdón de nuestros pecados y la aceptación de nuestras almas, a los deberes y pruebas de nuestras vidas diarias, que se establezca esta máxima en nuestra relación con Dios: confiar en cada palabra de Dios implícitamente, y guardarnos de la incredulidad.

Meditemos: ¿Nos aprovecha poco la Palabra de Dios que leemos y que nos predican, porque la recibimos con poca fe? (Hebreos 4:2).

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Un comentario en «Cuidado con la incredulidad – J. C. Ryle»
  1. Excelente reflexión. Es algo que nos sucede bastante seguido, lamentablemente. Muchas gracias, Dios les siga utilizando para su Gloria

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