Por: A. W. Tozer
Nunca he suscrito la doctrina de que los cristianos debemos vivir en un vacío intelectual, negándonos a escuchar lo que el mundo tiene que decir. Una fe que debe ser «protegida» no es fe en absoluto. Si puedo conservar mi fe en Cristo sólo cerrando mi mente a toda crítica, doy prueba positiva de que no estoy bien convencido de la solidez de mi posición.
El alma que ha tenido un encuentro salvador con Dios está segura más allá de toda posibilidad de duda. Su feliz testimonio será: «A Jehová clamo con gran voz, y él me responde desde su santo monte. Me acuesto y duermo, vuelvo a despertar, porque Jehová me sostiene. No temeré a las decenas de miles que se levantan contra mí por todos lados» ( Salmos 3:4-6). Tal hombre no necesitará escudarse de los clásicos ni de las religiones comparadas o la filosofía o la psicología o la ciencia. El Espíritu da testimonio de Cristo en lo profundo de su conciencia. Su corazón lo sabe, aunque su razón aún no ha llegado a su corazón.
Cuando era un ministro muy joven, le pregunté al famoso predicador de la santidad, Joseph H. Smith, si me recomendaría que leyera mucho en el campo secular. Él respondió: «Joven, una abeja puede encontrar néctar tanto en la hierba como en la flor». Seguí su consejo (o, para ser franco, busqué la confirmación de mis propios instintos en lugar de un consejo) y no me arrepiento de haberlo hecho.
John Wesley les dijo a los jóvenes ministros de las Sociedades Wesleyanas que leyeran o salieran del ministerio, y él mismo leía ciencia e historia con un libro apoyado contra el pomo de su silla mientras cabalgaba de un compromiso a otro. Andy Dolbow, el predicador indio americano de considerable notoriedad, era un hombre de poca educación, pero una vez lo escuché exhortar a sus oyentes a mejorar sus mentes para el honor de Dios. «Cuando estás cortando leña», explicó, «y tienes un hacha desafilada, debes trabajar más duro para cortar el tronco. Un hacha afilada facilita el trabajo. Así que afila tu hacha todo lo que puedas».
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