Por: Charles Spurgeon
Lucas 21:1-4: 1 Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. 2 Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. 3 Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos.4 Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía.
No hay que temer que nadie se vuelva generoso de forma inesperada. No es necesario asustarse de que alguien dé mil libras esta mañana, y nos acomodamos bien a aquellos que se inclinen a hacerlo. Si alguien se ve abrumado por un arrebato de generosidad tan grande, lo notaremos y lo recordaremos. No hay necesidad de que le digas «Querido amigo, no hagas eso, no seas tan impulsivo», pues no lo será. Sin embargo, diré de nuevo que si el cristianismo estuviera de verdad en nuestros corazones, que si de verdad fuéramos lo que profesamos ser, las personas generosas que ahora conocemos y que consideramos que son excepcionales y patrones a seguir, dejarían de ser una maravilla, porque serían tan numerosas como las hojas de los árboles.
No estamos pidiendo a nadie que se convierta en un mendigo, pero sí que cada persona que dice ser cristiana dé en su justa proporción, y no se contente con dar a Dios lo mismo que da su propio sirviente. La persona rica debe dar ricamente. Sabemos que la blanca de la viuda es algo precioso, pero también ha sido de gran pérdida para nosotros. Esa blanca ha costado a Jesucristo muchos miles de libras, porque es algo bueno en sí misma, pero la gente que tiene miles de libras al año habla de dar «la blanca de la viuda». ¡Qué aplicación más impía de algo que nunca puede aplicarse a ellos! No hermanos, hemos de servir a Dios en proporción.
-Charles Spurgeon (Sermón nº 189, 25 de Abril de 1858)