Por: William Gurnall
No puede haber malas noticias después de que se ha abrazado la buena noticia de Cristo. La misericordia divina en Cristo cambia la misma naturaleza del mal para el creyente. Toda plaga y juicio que pueda llegar al que se ha bautizado en el río de la gracia evangélica, recibe un nuevo nombre. Llega con un encargo nuevo de la soberanía divina y tiene otro sabor para el creyente, como el agua filtrada a través de minerales tiene un sabor y virtud medicinal que antes no tenía: «No dirá el morador: Estoy enfermo; al pueblo que more en ella le será perdonada la iniquidad» (Is. 33:24). El Profeta no dijo que no enfermarían, sino que estarían tan llenos del gozo de la misericordia perdonadora de Dios, que no se quejarían por la enfermedad.
La aflicción es un velo demasiado fino para ocultar el gozo de la buena noticia de Jesucristo.
El mensaje del evangelio trae tal gozo, que Dios abrió una grieta para dejar que algún rayo brillara aun sobre Adán. Este fue el mensaje que Dios utilizó para consolar a Su pueblo cuando las cosas iban mal y sus vidas estaban en un punto bajo: «Por tanto, el Señor mismo os dará la señal: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”» (Is. 7:14). «Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad […]. Y éste será nuestra paz» (Mi. 5:2, 5).
Este es el precioso secreto que Dios susurra, por el Espíritu, solo al oído de aquellos a quienes abraza con un amor especial: «En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Lc. 10:21). «Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido» (1 Co. 2:12).
* William Gurnall, teólogo inglés, nació en Walpole, Norfolk, en 1617 y murió en Lavenham, Suffolk, el 12 de octubre de 1679.
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