Todos tenemos que mantenernos en guardia. No demos nada por hecho. Aquellos que predican deben clamar a gran voz y no escatimar esfuerzos por impedir que un cariño malentendido los mantenga callados ante las herejías de la época.
Los que escuchen deben ceñir sus lomos con la verdad y llenar sus mentes con los conceptos proféticos claros acerca del final inevitable de todos los adoradores de ídolos. Tratemos todos de comprender que se avecina el fin del mundo y que la abolición de la idolatría es urgente.
¿Es éste el momento de acercarnos a Roma? ¿No es más bien éste el momento de alejarnos más y mantenernos alejados, no sea que nos involucremos en su caída? ¿Es éste el momento de disimular y disculpar las múltiples corrupciones, y negarnos a ver la realidad de sus pecados? De cierto, debiéramos más bien ser doblemente precavidos de todo lo que sea una tendencia romana en la religión —doblemente cuidadosos de no ser cómplices de alguna traición contra nuestro Señor Cristo— y doblemente preparados para protestar contra la adoración no bíblica de todo tipo”.