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Por: John MacArthur

La misión de la iglesia no es ganar la admiración del mundo.

Muchas de las actuales estrategias evangélicas más conocidas y los principales practicantes de la metodología «misional» parecieran no entender este sencillo punto. Constantemente animan a jóvenes evangélicos a «engranar en la cultura» y deferir a las reglas de lo políticamente correcto. Cuando ellos traducen ese consejo a planes de acción concretos y prácticos, a menudo resulta que se convierte en poco más que intentar seguir el ritmo de la moda, como si el hecho de que sean bien vistos por dicha cultura fuera la clave para un ministerio eficaz.

Series de sermones basados en las últimas películas (u otros temas sacados de la cultura pop) son algo común hoy día. Sin duda, a juzgar por lo que consigue más publicidad o promoción en los círculos evangélicos, parece que las homilías huecas que hablan de utensilios culturales superan con mucho a los sermones serios que presentan la exposición bíblica. Las iglesias que basan sus ministerios en todo lo que parezca a la moda no están «redimiendo» o «involucrándose» en la cultura, sino absorbiendo sus modas y valores.

No encontraremos nada como eso en las exhortaciones de Pablo a los ministros jóvenes. Por el contrario, como hemos discutido, Pablo reconoce con franqueza que el evangelio hace que «los judíos se ofenden y los gentiles dicen que son puras tonterías» (1 Corintios 1.23, ntv). Sin duda, «la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» (v. 18). Por tanto, él dice: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (v. 23)

La Palabra de la Cruz

¿Qué es, precisamente, «la palabra de la cruz»? ¿Cómo hizo expiación por el pecado la muerte de Cristo? Malos teólogos durante generaciones han atacado la respuesta correcta a esta pregunta. Se han propuesto varias «teorías de la expiación» que compiten entre sí.**

Que conste que no me gusta la débil palabra teoría en conexión con esto, porque la Biblia presenta la doctrina de la expiación en términos que no son ni opcionales ni conjeturales. Como hemos destacado, la imagen de la expiación en las Escrituras es tanto gráfica como violenta. «Casi todo se purificaba con sangre» (Hebreos 9.22, ntv). El Nuevo Testamento repetidamente nos dice que toda la pompa de esos sacrificios animales del Antiguo Testamento simbolizaba y presagiaba la obra de Cristo en la cruz. «Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios» (Hebreos 10.11, 12). «Sabiendo que fuisteis rescatados […] no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro 1.18, 19).

Esos textos (y otros como ellos) son claros. La muerte de Cristo compró la expiación de los pecados de su pueblo. Pero las connotaciones de expiación de sangre son sumamente ofensivas para la sensibilidad de aquellos que se ven más refinados que las Escrituras. (Es la misma actitud remilgada que hace que las mentes «progresistas» se estremezcan ante el término propiciación). Varios escritores y teólogos han propuesto, por tanto, teorías falsas de la expiación. La mayoría de ellas intentan deliberadamente eliminar, en la mayor medida posible, la ofensa de la cruz. Todas ellas ofrecen algún tipo de alternativa falsa ante la verdad de que la muerte de Cristo fue una ofrenda a Dios con el fin de satisfacer y aplacar su justa ira contra el pecado.

Las Herejías Acerca de la Cruz

¿Cuáles son esas teorías aberrantes?* Está la teoría de la influencia moral, la creencia de que la muerte de Cristo fue meramente un ejemplo de sacrificio personal y amor abnegado y en ningún modo el pago de un precio redentor. Esta es la idea que defienden la mayoría de los teólogos liberales. Por razones que deberían ser obvias, su perspectiva sobre la expiación alimenta inevitablemente una religión orientada a las obras. Si la obra de Cristo es meramente un modelo a seguir, y no un sacrificio sustitutorio, la salvación de algún modo se debe ganar mediante el propio esfuerzo de uno mismo.

La teoría del rescate (una creencia que era común en la era postapostólica en el primer siglo) es la idea de que la muerte de Cristo fue un rescate que se le pagó a Satanás por las almas de los fieles. No hay garantía bíblica para tal perspectiva, por supuesto. Estaba originalmente basada en un mal entendimiento del término bíblico rescate, que sencillamente significa «precio redentor». Pero esta perspectiva no toma en cuenta toda la información bíblica. Las Escrituras dejan totalmente claro que la muerte de Cristo en la cruz fue «una ofrenda y sacrificio a Dios» (Efesios 5.2; cf. Hebreos 9.14).

La teoría gubernamental fue propuesta por Hugo Grotius, un experto legal holandés de principios del siglo XVII. Él dijo que la cruz no fue en absoluto un rescate, sino meramente una gráfica muestra simbólica de la ira de Dios contra el pecado, y por tanto permanece como una reivindicación pública del gobierno moral de Dios. La perspectiva de Grotius la adoptó el evangelista estadounidense Charles Finney. La compartieron otros teólogos principales de Nueva Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, y ha vuelto recientemente al foco de atención al ser recuperada por cierta clase de arminianos radicales. Ellos por lo general defienden esta idea porque elimina la idea de que Cristo murió siendo sustituto de otro, una verdad que ellos consideran injusta (aunque las Escrituras enfatizan el hecho de que Cristo tomó ese papel voluntariamente).

Otra opinión que ha estado ganando cada vez más popularidad en el último cuarto de siglo es la teoría de Christus victor. Esa idea la defienden muchos teólogos del nuevo modelo (incluyendo la mayoría de los arquitectos del ahora fallido movimiento de la Iglesia Emergente).* En su opinión, la muerte y resurrección de Cristo significaron tan solo su triunfo sobre todos los enemigos de la humanidad caída, incluidos el pecado, la muerte, el diablo y especialmente la ley de Dios. Quieren reducir el significado de la obra expiatoria de Cristo hasta un estrecho espectro de lo que Él realmente logró. Sin duda, es verdadero que Cristo «anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria» y «despojando a los principados y a las potestades» (Colosenses 2.14, 15). Pero el tema de la victoria sobre los enemigos de la raza humana simplemente no hace una justicia total a todo lo que la Biblia dice sobre la cruz. Es una visión de la expiación centrada en el hombre y severamente truncada.

Los que adoptan la teoría de Christus victor favorecen un lenguaje triunfal, y evitan términos bíblicos como sacrificio por el pecado o la propiciación. La mayoría de los que defienden esta idea niegan enfáticamente que Cristo se ofreciera a Dios en la cruz. Al final, esto es tan solo otra idea no bíblica que pretende exaltar y ennoblecer el amor de Dios anulando y eliminando la demanda de justicia de la ley.

La Verdad Acerca de la Expiación

Todas estas teorías intentan esquivar el principio bíblico de la propiciación. La mayoría de ellas lo hacen a propósito, porque están fundadas sobre una idea sesgada del amor divino. La gente se siente atraída a estas ideas por una falsa asunción muy común, es decir, que la misericordia de Dios es fundamentalmente incompatible con su justicia. Creen que Dios dejará de lado las demandas de la justicia a fin de perdonar. Concluyen así que la justicia divina no necesita satisfacerse; Dios simplemente deja a un lado su propia justicia y borra cualquier deuda que se le deba a su justicia por el pecado. Dadas estas erróneas presuposiciones, la muerte de Cristo se debe explicar entonces en términos que eviten cualquier sugerencia de justicia retributiva.

La doctrina de la sustitución penal es la única perspectiva que incorpora todo el abanico de principios bíblicos respecto a la expiación por el pecado. En el capítulo 1 de este libro, cerca del final de una sección que trata de la expiación, usé esa expresión una vez, pero no me detuve en ese momento a explicar la terminología. Sustitución penal puede sonar a un término técnico secreto, pero de hecho es bastante simple. La palabra penal denota castigo, un castigo que está infligido por una ofensa que se ha cometido. Sustitución habla de un reemplazo o representante. Expiación sustitutoria penal es, por tanto, un intercambio directo en el que una persona lleva el castigo que otro merece. La muerte de Cristo en la cruz fue una sustitución penal. Él llevó la culpa y el castigo por los pecados de su pueblo.

Esto no es una «teoría». Es la clara enseñanza de las Escrituras. Prácticamente en cada texto donde los escritores del Nuevo Testamento mencionan la relevancia de la muerte de Cristo, introducen de manera prominente el lenguaje de la expiación sustitutoria. «Cristo […] murió por los impíos» (Romanos 5.6). «Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (v. 8). Él «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (4.25). Él «murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras» (1 Corintios 15.3). Él «se dio a sí mismo por nuestros pecados» (Gálatas 1.4). «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Efesios 1.7). «Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos» (Hebreos 9.28). Él «llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pedro 2.24). Él «padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (3.18). «Y él es la propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 2.2); «él puso su vida por nosotros» (3.16). «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (4.10). Todos los escritores del Nuevo Testamento están de acuerdo en esto: Cristo fue nuestro Sustituto libre de pecado, y murió para pagar el castigo por nuestros pecados.

(Adaptado de The Gospel According to Paul)

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