Por: Charles Spurgeon
«José, pues, conoció a sus hermanos; pero ellos no lo conocieron». Génesis 42:8
Esta mañana, en Lecturas matutinas, hemos deseado que el conocimiento que tenemos del Señor Jesús experimente un crecimiento; es bueno, pues, que esta noche consideremos un asunto el cual tiene afinidad con el tema de esta mañana: es decir, el conocimiento que nuestro celestial José tiene de nosotros.
El conocimiento que Jesús tiene de nosotros era perfecto mucho antes de que nosotros tuviésemos el más insignificante conocimiento suyo. Antes que estuviésemos en el mundo, ya estábamos en su corazón. Cuando éramos sus enemigos, él nos conoció y conoció también nuestra miseria, nuestra insensatez y nuestra maldad. Cuando llorábamos amargamente en desesperado arrepentimiento, y lo veíamos solo como un juez, él nos miraba como a hermanos bien amados y sus entrañas suspiraban por nosotros.
Él nunca desconoció a sus escogidos, sino que siempre los consideró como objetos de su infinito afecto: «Conoce el Señor a los que son suyos». Esto es tan cierto en cuanto a los pródigos que apacientan los cerdos como acerca de los hijos que se sientan a la mesa.
Pero, ¡ay!, nosotros no conocimos a nuestro Hermano real, y en esta ignorancia se originaron un sinfín de pecados. Le negamos nuestros corazones y no le permitimos entrar en nuestro amor. Desconfiamos de él, y no dimos crédito a sus palabras. Nos rebelamos contra él y no le rendimos ningún homenaje de amor. El Sol de Justicia brilló y nosotros no pudimos verlo. El Cielo descendió a la tierra y la tierra no lo advirtió.
Gracias a Dios, esos días han pasado para nosotros; sin embargo, aun ahora, conocemos muy poco a Jesús en comparación con el conocimiento que él tiene de nosotros. Solo hemos empezado a conocerlo, pero él nos conoce enteramente. Es una ventaja que la ignorancia no esté de su lado, pues eso sería desesperanzador para nosotros. Él no nos dirá: «Nunca os conocí»; sino que confesará nuestros nombres en el día de su Venida y, mientras tanto, se manifestará a nosotros como no se manifiesta al mundo.
Tomado de “Lecturas vespertinas” pág 12