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Por: J. C. Ryle

No se sabe quiénes eran estos magos. Sus nombres y su lugar de procedencia también se nos han ocultado. Lo único que se nos dice es que venían “del oriente”. Si eran caldeos, o si eran árabes, no podríamos afirmarlo. Si aprendieron que habían de esperar la venida de Cristo de las diez tribus que estuvieron en la cautividad, o de las profecías de Daniel, no lo sabemos. Poco importa quiénes eran. Lo que más nos atañe de su historia es la profusa instrucción que contiene.

Estos versículos nos muestran […]  que no son siempre los que tienen los mayores privilegios religiosos quienes le dan más honor a Cristo. Podríamos haber pensado que los escribas y los fariseos habrían sido los primeros en dirigirse rápidamente a Belén, al oír el más mínimo rumor de que había nacido el Salvador. Pero no fue así. Unos pocos extranjeros desconocidos de una tierra lejana fueron los primeros, salvo los pastores que menciona S. Lucas, en regocijarse por su nacimiento. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11).

¡Qué imagen tan lúgubre de la naturaleza humana! ¡Cuántas veces vemos suceder esto mismo entre nosotros! ¡Cuántas veces son precisamente quienes viven más cerca de los medios de gracia los que más los descuidan! Qué gran verdad la del  viejo refrán: “Cuanto más cerca de la iglesia, más lejos de Dios”. La familiaridad con las cosas sagradas tiene una terrible tendencia a hacer que los hombres las desprecien. Hay muchos que, por la situación y conveniencia de los lugares donde viven, deberían ser los primeros en la adoración de Dios y, sin embargo, son siempre los últimos. Hay muchos de quienes se podría esperar, con razón, que fuesen los últimos, que siempre son los primeros.

Estos versículos nos muestran, […]  un espléndido ejemplo de diligencia espiritual. ¡Cuánto les debió de costar a estos magos viajar desde sus países hasta la casa donde nació Jesús!

¡Cuántos fatigosos kilómetros de viaje! Las molestias que se toma un viajero oriental son mucho mayores que las que nosotros en nuestros países podemos comprender siquiera. La cantidad de tiempo que llevaría hacer semejante viaje debía de ser, por fuerza, enorme.

Los peligros del camino no eran pocos ni pequeños. Pero ninguna de esas cosas los detuvo. Se habían propuesto en sus corazones ver a “el rey de los judíos, que había nacido”, y no descansaron hasta que lo vieron.  Son una prueba para nosotros de la realidad del viejo refrán: “El que la sigue, la consigue”.

Bueno sería para todos aquellos que profesan ser cristianos estar más dispuestos a seguir el ejemplo de estos buenos hombres.

¿Dónde está nuestra disposición a negarnos a nosotros mismos? ¿Qué molestias nos tomamos por los medios de gracia? ¿Qué diligencia mostramos al seguir a Cristo? ¿Qué nos cuesta nuestra religión? Estas son preguntas serias. Merecen ser consideradas seriamente. Los verdaderos “sabios” , es de temer, son muy pocos.

Fuente: «Meditaciones sobre los Evangelios: Mateo»

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