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Por: David Platt

Esta es la Buena Noticia del reino, y satisface la mayor necesidad de nuestra vida. Por medio de Jesús, Dios perdona nuestro pecado y nos reconcilia con él. Sin embargo, si no tenemos cuidado, podemos dejar de lado esta Buena Noticia de Dios e ignorar nuestra mayor necesidad.

Hoy en todo el mundo la gente identifica el evangelio de Jesucristo con la sanidad física y la prosperidad material. «Vengan a Jesús —dicen—, y recibirán una recompensa material», pero esa no es la esencia del evangelio. Sí, Jesús puede sanar las enfermedades físicas, y también tiene autoridad sobre las enfermedades dolorosas, pero ese no es el mensaje central de Cristo. No vamos por toda América diciendo: «Confíen en Cristo y se irá el cáncer». No vamos por el África declarando: «Confíen en Cristo y ya no habrá más SIDA». No vamos por ninguna parte exclamando: «Confíen en Cristo y atraerán la salud y la riqueza».

Esa no es la Buena Noticia de Cristo, porque la Buena Noticia de Cristo es mucho más que eso. No es que Jesús lo sanará de todas sus enfermedades ahora mismo, sino finalmente que Jesús le perdonará todos sus pecados para siempre.

La Buena Noticia de Cristo no es que si reúne suficiente fe en Jesús, podrá recibir una recompensa física y material aquí en la tierra. La Buena Noticia de Cristo es que si tiene la fe de un niño en Jesús, será reconciliado con Dios por toda la eternidad.

No debemos ser como el paralítico y sus amigos en Mateo 9, que se acercaron a Jesús como si fuera un milagrero, como si fuera apenas capaz de resolver sus necesidades físicas inmediatas. Para sorpresa de ellos, que esperaban que Jesús sanara físicamente al amigo, la primera respuesta de Jesús fue: «¡Ánimo, hijo mío! Tus pecados son perdonados» Con esas palabras dejó en claro que la verdadera prioridad de su venida no era simplemente aliviar el sufrimiento sino cortar la raíz del sufrimiento: el pecado. Esa es nuestra mayor necesidad.

Mi suegra luchó por años con diabetes, cáncer de mama, neuropatía, una enfermedad degenerativa de los ojos, cirugía de las manos y dolor en los pies. En medio de todo eso, ella hubiera dicho que era cristiana. Creía en Jesús y llevaba una vida decente, amable, buena y generosa. Sin embargo, era tal como Nicodemo. Aunque conocía la verdad acerca de Jesús, necesitaba nacer de nuevo. Luego, un día, todo cambió. Por primera vez mi suegra reconoció su profunda necesidad de la gracia de Dios en Cristo. Se volvió de sí misma y de su pecado, y confió en Jesús como Señor de su vida. Dios en su misericordia le dio un corazón nuevo, limpio de pecado y lleno de confianza en él.

No obstante, a la vez que obviamente experimentaba la regeneración espiritual, sufría mayor degeneración física. Comenzaron a fallarle los riñones y tuvo que ser internada en varias oportunidades. Luego una noche, de repente sufrió una hemorragia cerebral y falleció. ¿Qué pasó entonces? ¿Le falló Jesús en su momento de mayor necesidad? En absoluto. En realidad, Jesús ya la había sanado en el punto de su mayor necesidad, y ella sabía que podía confiar en él.

El testimonio de su vida, y su muerte, es claro: se puede confiar en Cristo cuando se tiene diabetes, se puede confiar cuando se tiene un diagnóstico de cáncer de mama, se puede confiar teniendo neuropatía, se puede confiar cuando se tiene una enfermedad degenerativa de los ojos, se puede confiar cuando fallan los riñones, y se puede confiar en él cuando se sufre un derrame cerebral masivo, porque en medio de todo eso, uno sabe que Jesús ha suplido la necesidad más profunda del corazón. Uno sabe que ha sido limpiado de todo su pecado y no hay nada que temer delante de él. Y uno sabe que, cuando su cuerpo ya no da más, respira por última vez y su corazón deja de latir, no tiene de qué preocuparse porque ha unido su vida al hombre que venció a la muerte, el único que venció al pecado que es la raíz de todo sufrimiento, y entonces uno puede decir con las Escrituras: «Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón? Pues el pecado es el aguijón que termina en muerte, y la ley le da al pecado su poder. ¡Pero gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de nuestro Señor Jesucristo».

El perdón es el mejor regalo de Dios porque satisface nuestra mayor necesidad. Necesitamos ser limpiados del pecado más de lo que necesitamos ser sanados del cáncer. Necesitamos que se olvide nuestro pecado más de lo que necesitamos que se extraiga un tumor. Eso es precisamente lo que Jesús hace al darnos un corazón nuevo, limpio de pecado, que nos libera del temor ahora y para siempre.

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