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Por: John Piper.

Al leer los correos electrónicos que recibimos de los oyentes del podcast, lo que predomina en las conversaciones en este momento es el hecho de que un líder muy destacado de nuestros círculos “ya no es más cristiano”. Él ha llamado a su proceso una “desconversión”. Ustedes lo conocen. Él fue mi pastor durante cuatro años — un pastor muy querido. Mucha gente simplemente no sabe cómo manejar la noticia. En Internet, hay mucha angustia y acusaciones: ¿Ha fracasado esta gran cultura estadounidense de celebridades evangélicas? ¿Es la consecuencia de las grandes conferencias reformadas? ¿Se trata de un líder a quien se le dio demasiada responsabilidad siendo tan joven? Y así, sucesivamente. Hay muchas acusaciones.

Pero también he notado un matiz diferente entre los líderes auto-reflexivos. Se dan cuenta de que, “Ese podría ser yo. Si él pudo caer, también me puede pasar a mí”. Por lo tanto, ¿qué nos podrías decir a quienes tenemos una desconfianza saludable de nuestro propio corazón, y que ahora vemos a este hombre que se ha apartado del evangelio y decimos: “¿Es posible que me pueda suceder también a mí? ¿Podría yo algún día apartarme del evangelio, dejar a mi cónyuge y abandonar a Cristo?”.

La respuesta breve es sí. Lo interesante acerca de esta respuesta es que, para mucha gente, parece poner en tela de juicio la doctrina de la seguridad eterna, a la cual me adhiero. No tengo que poner en duda la doctrina de la seguridad eterna para decir, “Sí, puedo apostatar esta tarde e irme al infierno”. Me pregunto si acaso no es una contradicción molesta para ustedes: creo en la doctrina de la seguridad eterna, y “me puedo ir al infierno esta tarde”. Permítanme darles algo de contexto, y luego trataré de decir una o dos cosas útiles acerca de nuestra situación actual.

“Aférrate a mí, Dios”

Acabo de terminar de escribir un libro sobre la providencia divina, y estoy rebosando de la soberanía de Dios. Me encanta la soberanía de Dios. La veo en casi todas las páginas de la Biblia. Es una doctrina preciosa para mí, y una de las maneras de decirlo es la siguiente: Nada de lo que hagas origina el acto decisivo o el impulso que te salva. Creo que estas son las palabras que usaría. Nada de lo que sientes, nada de lo que creas, nada de lo que desees, nada de lo que hagas origina el acto del alma o el acto del cuerpo que sea la causa por la que Dios te escoge, te predestina, te llama, te guarda o te glorifica. Todo eso es un don gratuito.

Así que nadie puede tener la actitud de: “Yo puedo evitar que esto suceda. Sí, yo puedo”. No, no puedes. Dios, sí. Ahora bien, una vez que dices esto, puedes perder el equilibrio.

Si crees que puedes hacerte cargo de tu salvación, y oyes que alguien dice: “Tú, no. Dios, sí”, puede hacerte sentir inestable. Para reemplazar el sentido de estabilidad autónoma con la estabilidad de Dios se necesita un poco de conocimiento de la Biblia, un poco de oración y una obra profunda en el alma. Necesitarás acudir a textos como éste:

Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también llamó; y a los que llamó, a esos también justificó; y a los que justificó, a esos también glorificó (Romanos 8:29–30).

Nadie cae de la gracia. Es por ello que creo en la seguridad eterna. Entre el conocimiento previo, la predestinación, el llamado, la justificación y la glorificación, nadie se perderá — ninguno. Esa es una certeza y una seguridad sólidas. Y tenemos más textos:

  • “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6). Él lo hará.
  • “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).
  • “el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:8).

Una y otra vez, encontramos estas declaraciones: estás seguro en Cristo, pero tu seguridad se encuentra completamente en las manos de Dios. Si Dios es fiel para contigo, llegarás hasta el final. Pero si no es así, Él no fue la causa de que no lo hicieras. Por lo tanto, este es el fundamento de lo que creo y pienso.

Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su gloria con gran alegría, al único Dios nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, dominio y autoridad, antes de todo tiempo, y ahora y por todos los siglos. Amén (Judas 24–25).

¿Por qué esa tremenda celebración del poder de Dios para guardarnos? Porque jamás podré lograrlo. Jamás podré hacerlo. A mis 73 años, me arrodillo casi todos los días y digo, “Aférrate a mí”. La corrupción remanente en el alma de todo ser humano es suficiente para hacer que el dinero sea más precioso que Dios a la edad de 74, con 67 años en la fe. Sí, lo es. El pecado es sumamente poderoso si dejas a Dios fuera del panorama. Dios es el que guarda a John Piper, y si Dios no me guarda, si Él quitara Su mano de mí esta tarde, yo apostataría. Así que, depende de Él, no de mí.

Sigue adelante en la fe

Ahora bien, he aquí lo segundo después de esa verdad gigantesca acerca de Dios. Junto a “los que justificó, a esos también glorificó”, hay toda una gama de mandamientos para que podamos perseverar. “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito” (Filipenses 2:12–13).

Así que, dedícate a ello, Piper. Abre ese libro, ponte de rodillas, clama para que Él te guarde y sumérgete en la Palabra de Dios. “Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” — cada día, no sólo en la etapa inicial de la vida cristiana (Romanos 10:17).

Si voy a creer, tengo que hacerlo por medio de la Palabra de Dios. Así es como Él me guarda.

O también, tenemos un pasaje en Filipenses 3:12 que me encanta: “No que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús”. ¿No es grandioso? Esta es la manera en que pensamos en la vida cristiana: que tenemos a este Dios soberano y gigantesco, quien nos ha escogido antes de la fundación del mundo, quien nos llamó hacia Sí mismo, quien nos guardará; y la evidencia de que eso ha sucedido es esta: “¿Sigues adelante?”.

Y además, tenemos versículos que explican sobre los pastores que no perseveran. “Salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron, a fin de que se manifestara que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).

Quiero decir, no podría haber un pasaje bíblico más claro sobre la apostasía que ése. O Hebreos 3:14: “Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos firme hasta el fin el principio de nuestra seguridad”. Hemos sido partícipes si retenemos. No se trata de que seremos partícipes; ya hemos sido hechos partícipes — si retenemos.

No es nada nuevo

Así que recientemente he estado pensando, en vista de lo acontecido — lo cual sucede todo el tiempo, sólo que en este caso ha sido algo más público — que Jesús habló claramente de las catástrofes físicas en Lucas 13. Me preguntaba si se aplicaría apropiadamente en el caso de las catástrofes espirituales. La apostasía es una catástrofe — peor que un tsunami, ¿verdad? La perdición del alma es peor que una balacera en Texas o en Ohio.

Algunas personas se acercan a Jesús y le preguntan sobre la gente a la que Pilato asesinó en el templo. También le preguntan acerca de la gente sobre la que cayó la torre de Siloé. Dieciocho personas inocentes simplemente pasaban por allí, y la torre cayó sobre ellos, y todos murieron. Querían saber qué pensaba Jesús al respecto. La respuesta de Jesús fue sorprendente. Les dijo:

¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (Lucas 13:2-5).

No esperamos que Jesús nos diga eso. Ahora, me pregunto: ¿Puedes tomar este texto y usarlo para hablar de una catástrofe espiritual? Alguien se me acerca y me dice: “¿Has oído del pastor que apostató? ¿Has oído de la gente que fue arrastrada por el falso maestro?” O en los días de Jesús: “¿Has oído sobre Judas? ¿Sabes lo que hizo? Judas había estado con nosotros durante tres años. Había hecho toda clase de cosas maravillosas con su compañero de ministerio. Nos envió de dos en dos. Judas sanó a los enfermos. Judas predicó el evangelio. ¿Sabes lo que hizo?”.

Esto no es nada nuevo. Jesús, según creo, diría: “¿Piensas que Judas o cualquier otro pastor es un peor pecador que el resto de nosotros? Pero a menos que se comprometan a una vida de perseverancia y arrepentimiento, ustedes también apostatarán”. Por lo tanto, esto nos lleva a mi primera respuesta: sí.

La vida no ha terminado

Otra cosa que diría — y en verdad, fue lo primero que pensé cuando supe la noticia — es que aún la vida no ha terminado. La vida no ha terminado. La razón por la que esto es verdad para mí, al menos no obviamente, sino más bien conmovedoramente, es por lo siguiente: mi papá Bill era el menor de tres hermanos en su familia. Tenía un hermano llamado Elmer y otro llamado Harold. Bill y Elmer, es decir, mi papá y mi tío, fueron fieles evangelistas hasta el final de sus días.

Pero a Harold no le fue nada bien en el principio. Se divorció. Arruinó un montón de cosas. Y durante unos treinta años, por lo menos, estuvo distanciado de su familia. Yo apenas lo había visto. Veía a Elmer todo el tiempo, pero no al tío Harold. En mis días en la universidad, cuando mi abuelo se estaba muriendo, Harold volvió al Señor. Creo que fue el día más feliz en la vida de mi padre. Tengo fotos de eso. Mi esposa y yo las estábamos mirando la otra noche — eran fotos de Bill, Elmer y Harold y la de un padre moribundo, pero reconciliado.

Todavía no es el fin, amigos. Si tienen hijos que se han apartado del Señor, todavía no es el fin. El hijo pródigo es una parábola que trata sobre el abandono y el regreso.

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