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Por: PAUL CARTER

El matrimonio es una carrera de maratón, no una de velocidad. Es un viaje muy largo, que tiene muchas curvas y giros. Para poder llegar al final con el amor y la alegría intacta, atravesarás, casi seguramente, por cada una de las siguientes crisis matrimoniales.

La crisis del pecado

El periodo de noviazgo se trata de ver y amar lo mejor en el otro, y así debería ser. En las primeras citas nos enfocamos en el descubrimiento y el deleite, mientras que el matrimonio es acerca de la transparencia y la realidad. Una vez bajo el mismo techo y bajo las mismas cobijas, no pasa demasiado tiempo para que descubramos las imperfecciones de nuestra pareja. Puede ser devastador el proceso de aprender que tu ser amado es un pecador.

Anota esto: Tu marido va a pecar. No va a poder estar a la altura de sus propias buenas intenciones.

Anota esto: Tu esposa pecará. Ella te amará menos de lo que debería, y amará otras cosas más de lo que debería, y todo eso no será beneficioso ni para ella ni para tu matrimonio.

Te casaste con un pecador. Ahora debes lidiar con eso.

No dejes que el pecado que deberías saber que ahí estaría te robe tu gozo o tu compromiso.

La Biblia es muy clara cuando dice: “Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Ro. 3:23). “Todos” han pecado y están destituidos de la gloria de Dios.

Si ese versículo es cierto, y por supuesto que lo es, entonces tarde o temprano descubrirás que predice con precisión el comportamiento de tu ser querido. Él o ella pecará. Te sentirás decepcionado. Serás herido. Pero puedes perdonar.

Jesús dijo: “Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: ‘Me arrepiento,’ perdónalo” (Lc. 17:3-4).

Incluso antes de ser marido y mujer, ustedes son hermano y hermana en Cristo. Tu hermano pecará. Si se arrepiente, debes perdonarlo. Si él peca contra ti siete veces en el día y viene siete veces diciendo: “Me arrepiento”, debes perdonarlo.

Si este versículo es teóricamente difícil de obedecer cuando estás soltero, se convierte en una crisis explosiva cuando se aplica a tu matrimonio.

El pecado vendrá. Lo enfrentarás en tu matrimonio, y para superarlo, debes aprender a perdonar.

La crisis del conflicto

Durante el noviazgo, todo es descubrir y disfrutar lo que tienen en común, y de cómo se complementan. Amas la manera en que ella entiende tu sentido del humor; a ti te encanta lo bueno que él es con los pequeños detalles. Y así es como debería ser, pero el matrimonio te llevará, inevitablemente, al reino del conflicto.

No hay personas perfectas y no hay parejas perfectas; solo existen los matrimonios compuestos por dos pecadores en diversas etapas de crecimiento y recuperación. Por lo tanto, habrá conflicto. Habrá lugares donde el pecado hará brotar la imperfección. Habrá momentos en que el pecado saldrá a relucir debido a nuevos desafíos, nuevas privaciones, y nuevas responsabilidades.

No entres en pánico, y no comiencen a maltratarse.

Esto no es una prueba de que te casaste con la persona equivocada. Esto es solo una prueba de que tú no eres una persona perfecta. Estás en desarrollo, tu pareja está en desarrollo; por lo tanto, el conflicto es inevitable.

No dejes que el conflicto que deberías haber anticipado que existiría te robe tu fe, o amenace tu compromiso. La Biblia dice que el conflicto puede ser algo bueno. “Mejor es la reprensión franca que el amor encubierto. Fieles son las heridas del amigo” (Pr. 27:5-6); y “el hierro con hierro se afila, y un hombre aguza a otro” (Pr. 27:17).

La Biblia no es reacia al conflicto. Mas bien, reconoce que el conflicto, en el contexto de una relación amorosa comprometida, puede servir para refinar y santificar a ambas partes. El conflicto revela nuestros ídolos ocultos. Santiago 4 dice:

“¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra” (vv. 1-2).

Cuando nos enojamos el uno con el otro, cuando gritamos, y cuando golpeamos el suelo con los pies, revelamos cuáles son las cosas que amamos demasiado. Tal vez sea nuestra propia dignidad. Quizá sean nuestras posesiones. Tal vez sea que se hagan las cosas a nuestra manera. Quizá son nuestros hijos. Tal vez sea el sexo. Tal vez sea nuestra profesión. Quizás sea nuestra privacidad.

Una cosa es segura, si vives en un ámbito cerrado con otro ser humano por un período de tiempo, descubrirás cuál es esa cosa que amas demasiado. Te enojarás. Te volverás irracionalmente molesto, y perderás la compostura. Esto puede ser algo bueno. Te dice dónde están los esqueletos ocultos de tu corazón, y te muestra dónde excavar.

Cuando el conflicto venga, y tenlo por seguro que lo hará, trabajen juntos para descubrir y derribar a sus ídolos ocultos.

La crisis de los niños

Los niños son una bendición del Señor, pero comienzan como una carga sobre el matrimonio. No hay forma de evitarlo, y no debería causarnos vergüenza el admitirlo.

Los niños son una carga.

Son muy demandantes. Requieren una atención constante y no pueden ser ignorados.

Si eras egoísta cuando te casaste (y casi con seguridad que sí lo eras), los niños arreglarán eso rápidamente. Serás empujado hacia los bordes de tu mundo marital más rápido de lo que puedes decir “pañal sucio”. Y eso se convertirá en una crisis.

Pero te recuperarás.

No significa que no deberías haber tenido niños. Simplemente significa que tienes que dejar de ser uno.

No dejes que esos niños por los que oraste, y que anhelaste, te roben tu intimidad o tu compromiso.

Recibe a cualquier niño que el Señor traiga a tu matrimonio como un regalo y una bendición de la mano de Dios, pero ten cuidado de que no se conviertan en tu ídolo. La Biblia dice: “Un don del Señor son los hijos, y recompensa es el fruto del vientre” (Sal. 127:3).

Recíbelos como tales, trátalos como tales. Pero no dejes que se conviertan en un ídolo. La Biblia también dice:

“Jesús les respondió: ‘¿No han leído que Aquél que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra, y dijo: «Por esta razón el hombre dejara a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne»? Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe”, Mateo 19:4-6.

A los niños nunca se les debería permitir amenazar la primacía de la relación de una sola carne en el matrimonio. Los niños provienen de esa unión, pero no se les debe permitir que se interpongan entre ella. Tampoco debes permitir que se interpongan entre tú y el Señor. Jesús fue igualmente claro acerca de eso. Él dijo: “El que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí” (Mt 10:37).

El regalo de los niños puede crear una crisis en su matrimonio, y una crisis en su vida espiritual. Si los recibes tal cual como te fueron dados, ellos serán una bendición; pero si les permites convertirse en ídolos, traerán una maldición.

Trabajen juntos para mantener a sus hijos en su lugar.

La crisis de la pérdida

La mañana del día de su boda representará, probablemente, el punto mas alto en los niveles de optimismo y esperanza —¡y así debería ser! Hay tantas cosas que se abren adelante de ti en ese día: la posibilidad de los niños, la anticipación de un nuevo hogar, la perspectiva de la vida, la misión y el trabajo con ese ser que amas y adoras. Deberías estar emocionado, ¡y hasta sentirte como aturdido por la esperanza y las posibilidades! Pero debes prepararte para la pérdida y la decepción.

Porque ambas vendrán.

Jesús dijo: “En el mundo tienen tribulación…” (Jn. 16:33). Esa es una declaración categórica muy inquietante. Tú tienes tribulación. No dice que tal vez tengas. Tu tendrás. Tendrás tribulación, pérdida, frustración, y dificultades. A menos que Jesús vuelva antes, la pérdida, las dificultades, el sufrimiento, y el dolor seguramente vendrán.

Y cuando lleguen, y créeme que lo harán, no significa que Dios ha dejado de bendecirte; ni tampoco significa que Él ha dejado de amarte. Simplemente significa que vives en el planeta Tierra.

No dejes que esa pérdida y ese dolor, por los que oraste para que no vinieran, te roben la esperanza o el compromiso.

En el Antiguo Testamento, Job enfrentó uno de los peores dolores, y una de las más grandes pérdidas que cualquier ser humano podría imaginar. Perdió a todos sus hijos en un solo día. Sus diez hijos murieron en un desastre natural, y cuando Job recibió la noticia, la Biblia dice:

“Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: ‘Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor’”, Job 1:20-21.

He oído a algunos padres citar este pasaje de memoria durante el funeral de su hijo adolescente. Lo he oído entre sollozos con fe, a través de las lágrimas de un hombre y su esposa, cuyo bebé murió en la sala de partos.

En tu matrimonio no habrá mayor pérdida ni crisis más grande que esta.

Ya sea la pérdida de un niño, o la incapacidad de tenerlos, o la muerte espiritual y apostasía de tu hijo, o la falta de salud, o la pérdida de un trabajo, o la muerte de un sueño; tarde o temprano tendrás que enfrentarte con la crisis de la pérdida en tu matrimonio.

Y cuando llegue, no se vuelvan el uno contra el otro. No se culpen entre ustedes ni se alejen entre sí. Mas bien, únanse. Encuentren consuelo y refugio el uno en el otro.

¡Para eso es la amistad! ¡Para esto es el matrimonio, por sobre todas las otras cosas!

“Y si alguien puede prevalecer contra el que está solo, dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente”, Eclesiastés 4:12.

Me gusta mucho lo que dice Matthew Henry acerca de este versículo: “Dos juntos lo compara a un cordón triple; porque donde dos están estrechamente unidos en santo amor y comunión, Cristo mediante el Espíritu vendrá a ellos y será el tercero.” 1

Cuando la crisis visite tu matrimonio; cuando sean asaltados por el pecado, por el conflicto o por el cambio, o por los niños o por la pérdida… ¡nunca te rindas ni entregues tus vínculos de compañerismo y amor santo! ¡No te rindas! ¡Manténganse firmes, y esperen a que Cristo venga en el Espíritu y sea el tercero!

Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente. Tu sufrirás. Y lograrás pasar la crisis, y le darás a Dios la gloria, cuando por su gracia llegues al otro lado.

Aun así, ven Señor Jesús.


1 Matthew Henry, Comentario sobre la Biblia Entera (Altamonte Springs: OakTree Software, 2004), párrafo 20110.

Publicado originalmente en TGC Canadá. Traducido por Juan Manuel López Palacios.

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