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Por: J. C. Ryle.

Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.  (Mateo 3:12 RV 1960)

Hay muchas naciones en el mundo, cada cual con su lenguaje, leyes y costumbres. Hay muchas clases en la sociedad, ricos y pobres, encumbrados y humildes.  Hay varias clases de actitudes y mentalidades en los miembros de cada congregación que se reúne para el culto religioso: algunos lo hacen por mera fórmula, otros con el sincero deseo de encontrarse con Cristo; unos para agradar al mundo, otros para agradar a Dios; algunos vienen despiertos, otros dormidos; algunos traen su corazón, otros lo dejan en casa. Pero, en resumidas cuentas, a los ojos de Jesús, sólo hay dos clases de personas: el trigo y la paja.

En la gran Exposición de Londres de 1851 había congregadas personas de todo el mundo, muchedumbres que acudían a ver lo que puede hacer la habilidad y la diligencia. Hijos de una misma familia, la de Adán, que no se habían visto antes, estaban ahora reunidos bajo un techo. Pero a los ojos de Dios sólo había dos compañías apiñadas en el gran palacio de cristal: el trigo y la paja.

Lector, graba este pensamiento en tu mente y no lo dividas a los cristianos profesos en dos clases. El mundo trata de hacer tres categorías, no dos. El ser estricto y recto, esto no acomoda al mundo; no quieren y no pueden ser santos. El no tener religión alguna no parece respetable: «Gracias a Dios no somos tan malos como podríamos ser.» Pero su idea predilecta es el ser religioso para ser salvo, pero sin ir a extremos, sin ser demasiado bueno, sin hacerse notar, sino poseyendo un cristianismo cómodo y moderado, para ir al cielo al final. Habría, pues, una clase intermedia, a la que la mayoría pretenden pertenecer.

Lector, yo me opongo a este error, de que haya una clase intermedia. Se trata de una ilusión que destruye al alma. Quiero advertirte que no te dejes arrastrar por esta idea. Es tan vacua como la invención del purgatorio. Es un refugio de mentiras, un castillo en el aire, no existe, es un sueño. De esta clase intermedia de cristianos la Biblia no dice una palabra.

Había dos clases en los días del diluvio; los que entraron con Noé en el arca, y los que se quedaron fuera; dos clases en la parábola de la red, en el Evangelio: los que son llamados peces buenos y los malos; dos clases en la parábola de las diez vírgenes: las llamadas prudentes, y las necias; dos clases en el relato del día del juicio: las ovejas y los cabritos; dos lados en el trono: los de la derecha y los de la izquierda; dos moradas cuando se pase la final sentencia: el cielo y el infierno.

Y lo mismo hay sólo dos clases en la Iglesia visible en la tierra: los que están en estado natural, y los que están en la gracia, los que van por el camino estrecho y los que van por el ancho, los que tienen fe y los que no la tienen, los convertidos y los no convertidos, los que están con Cristo y los que están contra Él, los que con Él recogen y los que desparraman, los que son trigo y los que son paja. En estas dos categorías se dividen los que profesan pertenecer a la Iglesia de Cristo. No hay otra.

Lector, querido lector, fíjate que hay motivos para que inquieras: ¿soy paja o trigo? Es imposible ser neutro. Eres lo uno o lo otro. ¿Cuál eres de los dos?

Asistes probablemente a una iglesia. Participas de la mesa del Señor. Quieres juntarte con personas buenas. Distingues entre un buen sermón y otro deficiente. Te opones a las fórmulas religiosas vanas, y te sientes bien con tu protestantismo y lo defiendes. Estás afiliado a sociedades religiosas, y asistes a sus reuniones. Lees libros religiosos. Todo esto es excelente. Es más, de lo que se puede decir de muchos. Pero, con todo, no has contestado de modo categórico a mi pregunta: ¿eres trigo o paja?

¿Has nacido de nuevo? ¿Eres una nueva criatura? ¿Te has despojado del hombre viejo y revestido del nuevo? ¿Has sentido tus pecados y te has arrepentido de ellos? ¿Confías en Cristo solamente para ser perdonado y recibir la vida eterna? ¿Amas y sirves a Cristo? ¿Odias el pecado y luchas contra él? ¿Deseas la santidad y te esfuerzas por conseguirla? ¿Has salido del mundo? ¿Tienes deleite en la Biblia? ¿Luchas en oración? ¿Procuras hacer bien en el mundo? ¿Amas a los creyentes? ¿Eres vil en tus propios ojos y estás dispuesto a tomar el último lugar? ¿Eres cristiano en tus negocios, los días de la semana, en tu hogar? ¡Oh, piensa, piensa en todas estas cosas y después, probablemente, podrás decir mejor cuál es el estado de tu alma!

¿Has nacido de nuevo? ¿Eres una nueva criatura? ¿Te has despojado del hombre viejo y revestido del nuevo? ¿Has sentido tus pecados y te has arrepentido de ellos?

Lector, te ruego que no te desvíes de la pregunta, por más que te disguste. Aunque hostigue tu conciencia, te parta el corazón. Contéstala, aunque te ponga al descubierto y te haga ver peligros que temes. No descanses hasta que sepas cuál es tu situación con Dios. Es mejor mil veces descubrir que estás en mal camino y poder arrepentirte, que vivir en la incertidumbre y perderse eternamente.

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