Por: J.C Ryle
a) La enfermedad nos ayuda a recordar la muerte. La mayor parte de la gente vive como si nunca hubieran de morir; se lanzan a los negocios, a los placeres, a la política o a la ciencia, como si la tierra fuera su hogar eterno. Hacen planes y proyectos para el futuro como el rico necio de la parábola. Una enfermedad seria a veces ayuda a disipar estas ilusiones y sueños vanos, y les recuerda que un día morirán.
b) La enfermedad ayuda al hombre a pensar seriamente en Dios, en el alma y en la eternidad. Mientras disfruta de salud el hombre no tiene tiempo para estos pensamientos, y tampoco desea hacérselos. No le gusta pensar en estas realidades, le son molestas y pesadas. Pero si le sobreviene una severa enfermedad, reacciona de tal manera que todos sus pensamientos se centran en Dios, el alma y la eternidad. Incluso un rey tan perverso como Benadad estando enfermo pudo pensar en Eliseo (I Reyes 8 :8); aún los marineros paganos, teniendo a la muerte muy cerca, llenos de temor dijeron: «Que todo hombre clame a su dios». (Jonás 1:5).
c) La enfermedad ayuda a ablandar el corazón del hombre, y es principio de sabiduría. El corazón natural del hombre es duro como el pedernal; sólo se preocupa de las cosas de esta vida y se afana por una felicidad terrenal. A menudo una larga enfermedad ayuda a corregir estas ideas. Y es que la enfermedad pone al descubierto lo vacío y vano de todo aquello que el mundo llama «buenas» cosas, y nos enseña a sujetarlas con mano floja. Es en la enfermedad que el hombre de negocios se da cuenta de que el dinero no es todo lo que el corazón desea. La mujer de sociedad se da cuenta de que los vestidos costosos, las novelas, los bailes de sociedad, las fiestas y todo lo demás, son consuelos muy pobres en el lecho de enfermedad.
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