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Por: Jonathan Edwards

Todos saben que las acciones hablan más fuerte que las palabras. Podemos aplicar el principio en el campo espiritual al igual que en el natural.

Imagínese a dos personas. Una parece caminar humildemente ante Dios y los hombres, viviendo una vida que habla de un corazón penitente y contrito; es sumisa a Dios en la aflicción, mansa y benevolente para con su prójimo.

La otra habla de lo humilde que es, lo convencida del pecado que se siente, como se postra en el polvo ante Dios […]. Sin embargo, se comporta como si fuera la cabeza de todos los cristianos en su alrededor. Es dominante, creída, e incapaz de sobrellevar la crítica.

No demostramos nuestro cristianismo hablando de nosotros mismos a la gente. Las palabras poco cuestan. Es por la práctica cristiana, costosa y abnegada, que demostramos la realidad de nuestra fe.

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