Por Kathryn Butler, MD
Querido amigo(a):
Ya te has apoyado en tu fe muchas veces. Cuando los temores te han hecho despertar, has recurrido a las Escrituras para tener la seguridad del amor de Dios. Cuando la ansiedad te ha perturbado, has cantado himnos, recitado la liturgia y orado con tus hermanos y hermanas en Cristo. Has aprendido a correr hacia el Señor cuando la vida te asalta.
Sin embargo, ahora, mientras yaces en una cama de hospital y observas el lento giro del reloj, las dudas te inundan. Los procedimientos y las agujas, los dolores y las preguntas se apoderan de tus momentos de devoción. El domingo sale el sol y no te encuentras en la iglesia, sino atado a la cama y a un árbol de bombas intravenosas. Intentas leer la Biblia, pero no puedes comprender el texto. Intentas orar, pero no encuentras las palabras. Las disciplinas espirituales de las que has dependido parecen estar a un océano de distancia. Mientras tanto, cuando esperas más medicamentos para el dolor o te preocupas por tu familia o te quedas mirando en la oscuridad en las primeras horas de la mañana, las preguntas te persiguen: ¿Dónde está Dios en todo esto? te preguntas. ¿Qué está haciendo? Entonces, en tus momentos más oscuros, te haces eco del grito del salmista: ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? (Sal. 13:1)
Amigo, no estás solo(a). Cuando la enfermedad nos arranca de nuestras rutinas de adoración, y el sistema médico nos sumerge en una terminología extraña, el amor de Dios puede parecer lejano. Las garantías de su bondad se nos escapan cuando otro tratamiento falla, otra prueba anuncia malas noticias, y otro diagnóstico amenaza todo lo que apreciamos. El dolor se apodera de nosotros y nuestras oraciones, antes tan sentidas y elaboradas, se reducen a monosílabos. Ayúdame, Señor, es todo lo que conseguimos. En la profunda oscuridad, con nada más que el gemido de un compañero de habitación o el pitido de un monitor para romper el silencio, nos preguntamos por qué Dios no parece responder.
No hay eufemismos ni respuestas fáciles que puedan atenuar nuestra angustia en esos momentos. No hay eslóganes ni frases de felicitación que puedan disimular las dudas. Sólo podemos lamentarnos, como hace David en el Salmo 13: “¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma, teniendo pesar en mi corazón todo el día?” (Sal. 13:2)
Y, sin embargo, como David, también nosotros podemos albergar esperanza. Esa esperanza no surge de las circunstancias o de los buenos resultados, ni siquiera de una respuesta discernible a las oraciones, sino de las verdades de quién es Dios y de lo que ha hecho: “Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu salvación. Cantaré al Señor, porque me ha colmado de bienes.” (Sal. 13:5-6)
Querido hermano o hermana, cuando los días marchan en una procesión de cansancio, recuerda lo que sabes que es verdad sobre el Señor: él es fiel. Recuerda cómo ha sido fiel en tu propia vida, durante todas las tormentas que has atravesado antes. Recuerda, sobre todo, cómo su fidelidad canta en cada libro de la Biblia.
“Reconoce, pues, que el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel, que guarda su pacto y su misericordia hasta mil generaciones con aquellos que le aman y guardan sus mandamientos,” declara Moisés en Deuteronomio 7:9. Dios se acuerda de sus seres queridos, y en su amor permanente, pactado y perfecto, los atiende, incluso cuando no lo merecen. Fue fiel a Noé cuando las aguas del diluvio llegaron a su cenit (Gn. 8:1). En el jardín, cuando el pecado manchó su creación, Dios desterró a Adán y Eva, pero no antes de vestirlos con amor (Gn. 3:21). Cuando todo el mundo se retorcía en la maldad, protegió a Noé y proporcionó un medio para que la vida floreciera después del diluvio (Gn. 8:1-2).
Suministró maná del cielo a su pueblo en el desierto (Ex. 16:11-12). Cerró las bocas de los leones para Daniel (Dan. 6:22), designó un pez para rescatar a Jonás (Jonás 1:17) y ordenó a los cuervos que alimentaran a Elías (1 Reyes 17:4). Selló su pacto con Abraham caminando él mismo entre los sacrificios de animales desgarrados, invocando una maldición sobre sí mismo si rompía su promesa (Gn. 15:17). Permaneció fiel a su pueblo de pacto cuando éste gemía bajo la opresión de la esclavitud (Ex. 2:25). En el ejemplo más exquisito de todos, cuando estábamos muertos en nuestros pecados e infracciones, “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó… nos dio vida junto con Cristo.” (Ef. 2:4-5).
Cuando tu alma se incline por el dolor, aférrate a la verdad de que Dios es fiel. Su amor inquebrantable nunca cesa. Las heridas de nuestra carne dejan cicatrices, y las heridas de nuestra alma nos roen por dentro, pero las heridas de Cristo lo sanan todo. Lo que nuestras escasas manos no pudieron lograr, sus heridas ya lo han conseguido.
Las pruebas en el hospital nos ponen de rodillas. Nos hunden en la desesperación y nos hacen dudar del amor de Dios, y nos hacen pedir ayuda. Sin embargo, gracias a Dios, por el gran amor con el que nos ha amado, sean cuales sean las pruebas que soportamos ahora, Cristo ya «ha llevado nuestras penas y ha cargado con nuestros dolores» (Is. 53:4). Ya ha vencido al mundo (Juan 16:33). Ya te ha ganado como hijo amado de Dios (1 Juan 3:1) y te ha llamado para ser de él.
Sean cuales sean los temores a los que te enfrentes ahora, sean cuales sean los procedimientos que te esperen, y sean cuales sean los días oscuros que se presenten ante ti, recuerda que Dios, que abunda en amor firme y fidelidad, permanece contigo incluso ahora (Isaías 43:1-3). Permanecerá contigo hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Y debido al gran amor con que te ama, soportas tus sufrimientos no como alguien desechado y solo, sino como un hijo de Dios, revestido de Cristo (Gál. 3:27), hermoso a sus ojos.
Kathryn Butler, MD es la autora de Glimmers of Grace: A Doctor’s Reflections on Faith, Suffering, and the Goodness of God.
Kathryn Butler (doctora en medicina por la Universidad de Columbia) se formó en cirugía y cuidados intensivos en el Hospital General de Massachusetts y en la Facultad de Medicina de Harvard, donde luego se incorporó al cuerpo docente. Dejó la práctica clínica en 2016 para educar a sus hijos en casa, y ahora escribe regularmente para desiringGod.org y la Coalición del Evangelio sobre temas como la fe, la medicina y el pastoreo de los niños en el evangelio.
Tomado de Evangelio.blog.
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