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Por: Charles Spurgeon

«Esta enfermedad no es para muerte». Juan 11:4

De las palabras de nuestro Señor aprendemos que hay un límite para la enfermedad. Aquí tenemos un «para» dentro del cual se inscribe el último término de la misma y más allá la enfermedad no puede llegar. Lázaro pudo traspasar la muerte, pero la muerte no tenía que ser el ultimátum de su enfermedad. En toda enfermedad, el Señor dice a las olas de dolor: «Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante» (Job 38:11). Su propósito permanente no es la destrucción sino la instrucción de los suyos. La sabiduría cuelga el termómetro a la puerta del horno y regula el calor.

1. El límite es alentadoramente amplio. El Dios de la providencia ha limitado el tiempo, el modo, la intensidad, la repetición y los efectos de todas nuestras enfermedades. Todo latido ha sido decretado por él; toda hora de insomnio, predestinada; toda recaída, ordenada; toda depresión de ánimo, prevista; y todo resultado santificador, designado desde la eternidad. Nada grande o pequeño escapa a la mano organizadora de Aquel que cuenta los cabellos de nuestras cabezas.

2. Este límite está sabiamente ajustado a nuestras fuerzas, al fin designado y a la gracia distribuida. La aflicción no viene por accidente; la intensidad de cada golpe de la vara está cuidadosamente medida. El que no cometió errores al diferenciar las nubes y medir los cielos, tampoco se equivocará midiendo los ingredientes que componen la medicina de las almas. No podemos sufrir más de la medida ni recibir demasiado tarde el alivio.

3. El límite está cariñosamente fijado. El bisturí del Médico celestial nunca corta más profundamente de lo que es absolutamente necesario: «No aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres» (Lm. 3:33). El corazón de una madre clama: «Conservadme a mi hijo». No obstante, ninguna madre es más compasiva que nuestro bondadoso Dios. Cuando consideramos lo duros de boca que somos, nos admira que no se nos guíe con un freno más áspero. Este pensamiento está cargado de consuelo: el que ha fijado los límites de nuestra habitación, ha establecido también los linderos de nuestra tribulación.

Tomado de “Lecturas vespertinas” pág. 240 , puedes adquirir este devocional en AmazonCLICK AQUÍ

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