Por: Charles Spurgeon
El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas. Salmo 147:3
Como lo mencioné el jueves pasado, si hubiese una persona abatida o desanimada en un radio de veinte millas de aquí, puede estar segura de encontrarme. Me río a veces y digo: «Dios los creó y ellos se juntan»; pero ellos vienen para hablar conmigo de su desánimo, y a veces me dejan medio desanimado cuando procuro
hacerlos salir de su tristeza.
He tenido algunos casos muy tristes últimamente, y me temo que, cuando salieron de mi habitación, no podían decir de mí: «Él sana a los quebrantados de corazón». Estoy seguro que sí podían decir: «Hizo lo más que pudo. Utilizó los más sutiles argumentos en los que pudo pensar para consolarme». Y se han sentido muy agradecidos. Han regresado a veces para dar gracias a Dios porque han sido alentados un poquito; pero algunos de ellos son visitantes frecuentes; he estado tratando de animarlos mes a mes.
Pero, cuando mi Señor asume el trabajo: «Él sana a los quebrantados de corazón». No solamente procura hacerlo, sino que lo hace. Él toca las fuentes secretas de la aflicción, y suprime el origen de la aflicción. Nosotros hacemos lo posible, pero no podemos lograrlo.
Ustedes saben que es muy difícil tratar con el corazón. El corazón humano necesita algo más que habilidad humana para ser curado. Cuando una persona muere, y los doctores desconocen la causa de su muerte, dicen: «Fue una enfermedad del corazón». No entendieron su mal. Eso es lo que quiere decir. Solo hay un Médico que puede sanar el corazón; pero, gloria sea dada a Su bendito nombre: «Él sana a los quebrantados de corazón», y lo hace eficazmente.
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