Por: Charles Spurgeon
Me parece oír a otro que dice: “Sí, yo he oído predicar el Evangelio, pero jamás se me predicó con el ejemplo”. Muchos podréis decir eso, y en parte será verdad; pero hay otros a los que no tengo reparo en decirles que mienten con tan falaz excusa. ¡Oh, hombre que gustas de hablar de la inconsistencia de los cristianos! Tú has dicho “que no viven como debieran”, y ¡ay!, cuán cierto es lo que dices.
Pero hubo una cristiana que tú conociste, y cuyo carácter te viste obligado a admirar; ¿No la recuerdas? Fue la madre que te trajo al mundo. Su testimonio ha sido tu dificultad. Fácilmente podías haber rechazado el Evangelio, pero el ejemplo de aquella santa mujer se levanta insoslayable ante ti y no has podido superarlo. ¿No guardas en lo más tierno y profundo de tu memoria aquellos momentos cuando, por la mañana, abrías tus ojitos y veías el amoroso rostro de tu madre contemplándote, y sorprendías una lágrima furtiva que rodaba por sus mejillas, al tiempo que decía: “¡Oh!, Dios mío, bendice a mi niño para que un día pueda clamar al bendito Redentor”? Recuerda cómo tu padre te reñía a menudo, pero cuán raras veces lo hizo ella; te hablaba con acento de infinito amor.
Acuérdate de aquel pequeño aposento alto donde ella te llevó aparte, y rodeando tu cuello con sus brazos, te dedicó a Dios, y oró al Señor para que te salvara en tu niñez. Recuerda la carta que te dio y el libro donde escribió tu nombre, cuando dejaste la casa paterna para correr mundo, y la aflicción con que te escribió cuando se enteró de que te metías en fiestas y diversiones, juntándote con los impíos; recuerda la tristeza de su mirada cuando estrechó tus manos aquella última vez que la dejaste.
Recuerda que te dijo: “Harás descender mis canas con dolor al sepulcro, si andas en caminos de iniquidad”. Sí, tú sabes que no había afectación en sus palabras, sino que todo era sinceridad. Podías burlarte del ministro y decir que era su oficio, pero de ella no pudiste nunca; era una verdadera cristiana, sin lugar a dudas.
Cuántas veces sufrió en silencio tu colérico temperamento y soportó tus rudos modales, porque era un dulce espíritu, quizá demasiado bueno para esta tierra. Sí, sé que te acuerdas de todo esto. No estabas allí cuando murió; no pudiste llegar a tiempo, pero sabes que dijo cuando expiraba: “Solamente deseo una cosa, y luego moriría feliz: ¡que yo pudiera ver a mis hijos caminando en la verdad!” Entiendo que ese ejemplo te deja sin excusa alguna para tu impiedad; y si continuas en la iniquidad, ¡cuán horrible será el peso de tu infortunio!
Tomado de “No hay otro evangelio” pág. 460 -461
ARTÍCULO RELACIONADO → Desafío a las mujeres – John Piper
Síguenos en nuestras redes sociales! Si te gustaría obtener más información, noticias, artículos, videos y palabra de Dios puedes seguirnos en nuestra página de Facebook, nuestro canal en Youtube y en Telegram. ¡Bendiciones!
Muy bonito el artículo, pero no todos vivimos con una madre así. Al contrario mi madre me dió tan mal ejemplo de lo que era hablar de Dios, cumplir con ciertos requisitos pero hacer muchas cosas perversas. Al igual que mi padre. Y eso lo que me ha llevado es a estar tratando de conocer al Dios verdadero por un tiempo prolongado de 31 años y sólo ahora que he topado con personas de la Teología Sana, Regreso a los tiempos antiguos, etc., estoy empezando a ver las cosas de Dios diferente. Pero ha sido toda una lucha para llegar a esto. Gracias Señor a pesar de que a ratos quería irme porque no encontraba respuesta y me sentía abandonada pero a pesar de un desierto de 31 años, aquí estoy.